La Sala Sanpol de Madrid es un histórico templo del teatro infantil (ahora llamado familiar). Lleva lustros programando teatro para niños, ha creado una compañía de repertorio, y los espectáculos han crecido en calidad exponencialmente. Ahora recuperan “Caperucita-El Musical”: una auténtica joya. Esta Caperucita está conectada con el cuento de la tradición oral, que posteriormente recogieron en libro Charles Perrault y los hermanos Grimm, pero en ese bosque mágico, donde habita un lobo singularísimo, un hada sexi, Matusalén –un entrañable anciano que ha perdido la memoria y su lugar en el mundo-, en el que vigila Silverio –el guardabosques enamorado-, ese lugar, decíamos, con su ambiente inquietante y poético, y la música que lo recorre, recuerda permanentemente no al bosque que conocíamos de los relatos de Caperucita, sino que conecta con el excepcional bosque de “Sueño de una noche de verano”, de Willyams Shakespeare. Se trata, pues, de una función teatral excepcional.

Porque esta “Caperucita” es una atmósfera. La función consigue que el espectador se sumerja en un sueño maravilloso. Lo dirá la protagonista: “A veces los sueños pueden hacerse realidad y la realidad ser un sueño”. El espectáculo envuelve al público, algo muy difícil de lograr. Y lo hace a través de la música de Jaume Carreras, pero, sobre todo, de la colosal interpretación de todos, que cantan con buenas voces y culminan una interpretación de primer orden (los musicales, a veces, descarrilan en la curva actoral). Resulta sensacional el lobo que compone Javier Enguix. Un lobo cheli, lleno de sentido del humor, de vis cómica, optimista, irónico, salvajemente humano: un lobo que remite a aquella canción de “oye mi amor, ¿soy yo tu lobo?”. Lo dirá Caperucita: “Ha sido un lobo muy simpático”. Destacan todos, decíamos, también Anabel García, la protagonista, y Belén González, un hada llena de ritmos y sensualidad.

Unos y otros recibieron la ovación del público en la función del pasado sábado. Y algunas niñas, a la salida del teatro, decían que ellas querían ser el lobo. Cosas, sí, de estos nuevos tiempos de la sociedad y del teatro. Porque esta es una Caperucita teatral sublime. Y el lobo, un crack.