“Me quedé antigua” es una obra notable y afilada, con una casi imperceptible pero constante lluvia de nostalgia y protesta dentro, que trata sobre la decadencia. El declive de una actriz de 50 años, de estudios y método, que, entre otros, dice haber trabajado “con Vicente Aranda”, o incide en “la cantidad de lorcas que llevo a mis espaldas”, pero la productora de la serie televisiva en la que trabaja desde hace cuatro temporadas interpretando a una monja (la hermana George), personaje que ha evolucionado del éxito a lo gris erosionado en parte por las envidias del entorno, decide despedirla. Porque lo novedoso es la chica joven y atractiva que crea contenidos digitales con bailecillos sexis colgados en las redes. Exclamará la veterana actriz: “La diferencia entre contenido y arte es que el contenido no tiene alma”. O: “A mí lo viral me suena a virus”. Las dos mujeres, la intérprete y la jefa de producción de la serie, pugnarán por atraer la belleza de la muchacha, a quien la actriz acogió en un pub donde la joven apuraba la última copa de su fracasada aventura madrileña sin tener ya dónde ir en una noche sin luna. Porque una de las cualidades de esta función, que se representa en el Teatro Lara de Madrid, escrita por Benja de la Rosa, dramaturgo, cineasta, guionista y actor, reside en que los personajes no son buenos ni malos, sino gente atravesada por la crueldad de la vida, llenos de verdad en su tránsito por los claroscuros de los días, una verdad difícil de crear teatralmente. Francisco Umbral escribió: “La verdad es tan simple que ni siquiera es un género literario”. Pero hay que construirla, claro.

La obra transcurre entre frases brillantes, apoyada en un texto sólido, y en una extraordinaria interpretación de Patricia García Méndez, Carmen Mayordomo y Lola Jurado, pero el subsuelo está lleno de dinamita. Refleja cómo la sociedad actual prescinde laboralmente sin piedad de las personas mayores de 50 años. Y tal circunstancia se produce (no se menciona en la obra, claro, se trata de una reflexión personal, eso sí, a raíz de la pieza) cuando una patronal reaccionaria reivindica actualmente la jubilación a los 74 años.

Las tres intérpretes, decíamos, brillan en su papel de dolor, patetismo, y esperanza/desesperanza. Hay frases como: “Yo la fama de progre de esta profesión no la entiendo, porque está llena de pijos”; “la edad, como el género, es una convención social”; “la gente no quiere tu verdad, quiere su mentira”. Y otra: “El cine ha muerto, y las actrices como usted, también.”. Porque “Me quedé antigua” supone, sí, una descomunal crítica al universo de las series televisivas, al igual que “Éxito”, de Tirso Calero, estrenada hace unos meses, consistía en una sátira feroz al mundo del cine. Pero la crítica existente en “Me quedé antigua” se ha formulado a través del viejo, entrañable y querido teatro, que ahí sigue, desde la Antigüedad, desde siempre, eterno, para mostrar sobre las tablas lo peor y lo mejor del ser humano. “¿Hacia dónde vamos?”, se pregunta un personaje de la obra. No se sabe. Pero no importa: El teatro lo seguirá contando.