En el musical “Matilda” el amor a los libros, y los buenos lectores, triunfan sobre los iletrados. Eso resulta sensacional en esta sociedad en la que, entre otras cosas, se atenta contra las Humanidades desde distintos ámbitos políticos, o en la que recientemente escuché a un hombre afirmar en el Metro, rodeado de personas imbuidas en las pantallas de sus teléfonos: “Los libros están pasados de moda, son cosa de otro tiempo”. Pero Matilda lee y lee, pese a los castigos que le imponen por ello sus padres, una familia feroz, tramposa e inculta, la madre terriblemente egoísta, el hermano bobo, y el padre estafador y de una autosuficiencia necia. El hombre dirá a su hija: “Ser justo en la vida no lleva a ningún lado”. Y exclamará: “Harold Pinter, ¿juega en el Inter?”. La madre lanzará una terrible diatriba contra Miss Honey, profesora de Matilda, otra amante de los libros y personaje esencial de la obra: “Una chica debe ocuparse de maquillarse como Dios manda. Una chica debe ocuparse de su aspecto. Usted eligió la ciencia y yo elegí la apariencia”.

La obra deja finalmente un poso de melancolía: el mundo que representa Matilda, de lectura y reflexión, en la vida real está en vías de un rotundo fracaso. Pero «Matilda» es un musical brillante, acogedor, que emociona desde cada rincón del escenario, con una colosal escenografía que significa un cálido entorno de libros, un musical medido al milímetro, que funciona perfectamente, pese a las dificultades de la partitura y de que gran parte del elenco son niños, incluida la protagonista. Es la adaptación española del espectáculo que lleva una década de éxito en el West End de Londres, original de la histórica Royal Shakespeare Company. El director, David Serrano, muestra una vez más su talento en un musical, «Matilda», lleno de recovecos dificilísimos y lo conduce a superar su complejidad y a que todo funcione como un reloj sobre las tablas del madrileño Teatro Alcalá.

Este musical está basado en la novela de Ronald Dahl, que ya tuvo una adaptación cinematográfica en 1996 dirigida por Danny De Vito. Tiene, pues, un libreto sólido, que lo sostiene con fuerza. Trata del enfrentamiento de una niña lectora y sabia, dotada con algún poder sobrenatural, contra la directora del colegio, una mujer bestial, siniestra, excampeona de lanzamiento de disco, que también resultará dada al robo e incluso al crimen. Esa mujer, que cree en el músculo, no en el cerebro, trata de ubicar la vida en el ámbito de las tiranías. La función es también una glosa a la amistad, a la solidaridad, al compañerismo. A lo luminoso frente a lo oscuro. El musical “Matilda” desprende amor a la lectura y, de manera implícita, al teatro. Un espectáculo imprescindible, que apunta a convertirse en un enorme éxito esta temporada en la cartelera madrileña.

(Publicado en Andalucía Información)