El cine –en salas- tiene una capacidad hipnótica hacia el espectador. Lo introduce en la trama y le hace sentir sensaciones y emociones como si formara parte de la historia que se desarrolla en la pantalla. El teatro es distinto. El público acepta el engaño que le propone el actor, en ese pacto que describió en su día excepcionalmente Jorge Luis Borges. Más ahora, cuando en numerosas obras ha desaparecido la escenografía y tienen una envoltura poética. En algún caso la pieza reúne una importante sucesión de ideas que exigen al público un considerable, continuo y agradable esfuerzo intelectual (el teatro de Juan Mayorga, por ejemplo). Pero los musicales, que atraviesan un momento brillante, de absoluto esplendor, por número y calidad de los espectáculos, resultan distintos a las obras de siempre. Porque transmiten una maravillosa sensación de hipnosis. Con la música, con las peripecias coloristas: con el talento de los intérpretes. Por ejemplo, “Mamma Mía!”, que se representa de nuevo, ahora en el Teatro Rialto de Madrid.

Francisco Umbral fue miembro del jurado español del Festival de Eurovisión en un año próximo al arrollador triunfo en ese certamen del grupo Abba. Francisco Umbral dejó caer ante las cámaras una de sus sentencias. Dijo: “Eurovisión es un festival democristiano”. “Mamma Mía!”, con el libreto original de Catherine Johnson, podría ser, sí, una obra con fondo democristiano, pues incluso incluye un sacerdote y una boda en escena, pero se escapa por muchos sitios de tal ideario, y se convierte, sobre todo, en un musical que transmite una deliciosa, contagiosa y agradable alegría de vivir. Ya sucedía eso en la vibrante película de 2008 protagonizada por Meryl Streep. Y vuelve a ocurrir en esta brillante apuesta, con una colosal Verónica Ronda como protagonista en el papel de Donna. Alegría de vivir, claro, no al estilo de Peret –también en Eurovisión- sino de Abba, cuyas canciones –les demos gracias- nos trasladan a nuestra juventud, que no es poco.

La hija de Donna se va a casar y quiere saber quién es su padre. Rebusca en los diarios de su madre e invita a tres novios que la mujer, madre soltera, tuvo en aquella época de juventud y desmelene. “Eras un poco guarrilla”, le espetará una de sus hermanas. Y comienza el lío. La chica confesará a su novio: “Necesito saber quién soy”. Él responde: “Pero eso lo tienes que conseguir tú sola, no sabiendo quién es tu padre”.

Todas y todos cantan bien, muy bien. E interpretan magníficamente. El musical, ya está dicho, ha evolucionado en España de manera estratosférica. “Mamma Mía!” arranca con cierta monotonía, con lentitud, pero se supera y tiene sus mejores momentos cuando gira decididamente hacia la juerga. Las canciones contienen una fuerte carga dramática. Y hay frases que parecen de Oscar Wilde: “Como cualquier mujer elegante yo no me quito los tacones salvo cuando entro en la cama; y no siempre”. Otro gran musical para Navidad. Demos gracias a las canciones, sí.