“Deje que el viento hable” es un maravilloso poema teatral. En el programa se menciona que consiste en “un homenaje que resucita la belleza de los que han perdido su voz y sus alas”. La obra resulta especialmente oportuna en este tiempo incierto con los periódicos llenos del estrépito de las guerras. “El hombre ya no se reconoce a sí mismo”, dice un personaje. Una mujer llora por ella y por el recuerdo de su marido muerto, sola, casi disecada, como los pájaros que hay en la casa. Pero aparece un anciano con los pies en un barreño. “-¿Cree usted en Dios? –Yo creo que creo. –Y yo”. De repente se descubre que el hombre tiene unas alas blancas. Explica: “Soy un ángel. –Por Dios. -Exactamente, por Dios”. “Deje que el viento hable” es una obra llena de valores, con la esperanza agitando sus alas detrás de cada metáfora sensacional: los valores del cristianismo, tan olvidados con el ruido de los días.

La función transcurre a través de una poética lentitud, de una irrealidad risueña, con momentos de áspera dulzura. Con silencios: tan importantes y difíciles en el teatro. La obra introduce al espectador en la poesía a través de sus frases fabulosas en permanente búsqueda de la hermosura. No persigue la aproximación al público a través de lo cotidiano, sino de lo sublime. Irina Kouberskaya, autora de la dramaturgia y de la dirección escénica, se ha propuesto “crear una obra dramática y dar vida a los personajes de las metáforas” del escritor Tonino Guerra, guionista de Fellini y Antonioni, entre otros, dramaturgo y poeta, y ha trazado un poema teatral sólido y preciso, como hizo en su día con la inolvidable “El vuelo de Clavileño”, basada en un capítulo de “El Quijote”. Se representa en el Teatro Tribueñe de Madrid, que cumple 20 años de heroica teatral.

Chelo Vivares, que en su día protagonizó desde debajo de un disfraz color rosa el programa televisivo infantil más recordado, es una actriz prodigiosa en su voz y en su mirada. En la fuerza de sus ojos negros. José Luis Sanz sonríe con la firmeza de un ángel. La obra, decíamos, es una metáfora constante y triste, que, sin embargo, transmite fuerza para vivir. “Disparé contra el cielo y ha caído una estrella”, afirman. El público sale del teatro envuelto en belleza y en una extraña alegría. Porque “los hombres son sabios, pero no lo saben”. Porque Espinete existe.