El estreno de una nueva obra de Juan Mayorga se acoge por los viejos aficionados al teatro con idéntica expectación con la que se aguardaba la puesta en escena hace años de una pieza de Antonio Buero Vallejo: un acontecimiento teatral de primer orden. “La colección”, estrenada en el madrileño teatro de La Abadía, une al nombre de Juan Mayorga el de dos intérpretes colosales: José Sacristán y Ana Marzoa. El círculo del hecho teatral, pues, se completa: excelente dramaturgo y grandes actores. José Sacristán llena el escenario con la imponente autoridad personalísima que únicamente logró José María Rodero. Ana Marzoa, maravillosa, habla aquí con su tono de Ana Marzoa, y remite a aquel lejano personaje que cuidaba de esos dos desvalidos niños en “Perdidos en Yonkers”, de Neil Simon, a principios de los 90 en el Teatro Fígaro. Ellos, junto a Zaira Montes e Ignacio Jiménez, conducen “La colección”, que transita a través de la palabra, la interpretación y la filosofía.

Lo más sobresaliente, con todo, es el monumental, sólido, enigmático y complejo texto de Juan Mayorga. Habla de la herencia, también de la muerte y de la herida del tiempo, pero en el subsuelo de la obra hay reflexiones sobre el teatro, sobre la escritura, que resultan descomunales aunque en apariencia se refieran a otra cosa. “La obra la hace el tiempo. Goya decía que el tiempo también pinta. El coleccionista es el tiempo”, afirma Héctor (José Sacristán). Y añade: “Un escritor vivirá algo parecido: descubre que tiene que cambiar de sitio una palabra, o añadir una y rechazar otra. A veces el escritor tiene que rechazar su mejor frase”.

El teatro es el arte del dramaturgo. Las obras de Calderón viven a través de los siglos. Porque el tiempo también escribe. Se recuerda “La vida es sueño”, no quién la protagonizó. Josep María Flotats ha insistido frecuentemente en este concepto: “¿Qué es lo más importante en el teatro?: El poeta”. “La colección” exige un permanente esfuerzo intelectual del espectador, mayor aún que otras piezas de Mayorga: no es una comedia, es una obra de ideas. La función se envuelve en una atmósfera inquietante, misteriosa, de intriga, que a veces provoca cierta desazón, pero rechaza crear emociones superficiales o fáciles, para dirigirse hacia una premeditada frialdad a fin de que se cumpla su objetivo último: hacer pensar. Existe, sí, una distancia entre lo que sucede, la acción de la obra, y el espectador, con la finalidad de que el espectador pueda pensar. “La colección” tiene un fondo misteriosamente perturbador. Porque, como casi todas las obras que Juan Mayorga deja al tiempo como herencia, cumple con la definición que Arthur Miller hizo del teatro: la humanidad enfrentándose a sí misma.

(Publicado en Andalucía Información)