Era autor de una treintena de piezas teatrales, además de novelas y ensayos y ocupaba la silla «J» de la Real Academia

El dramaturgo Francisco Nieva ha fallecido este jueves 10 de noviembre en Madrid a los 91 años, Nieva era autor de una treintena de piezas teatrales, además de novelas y ensayos. Entre su narrativa se cuenta «El viaje a Pantaélica» (1994), «Granada de las mil noches·» (1994), «La llama vestida de negro» (1995), «Oceánida» (1996) y «Carne de murciélago» (1998).

Descendiente de conversos ricos emigrados a España en el siglo XVII, Nieva (Valdepeñas, Ciudad Real, 29 de diciembre de 1924-Madrid, 10 de noviembre de 2016) era bisnieto del helenista y sacerdote Ciriaco Cruz. Tempranamente atraído por el arte y en contacto con la estrechez de miras de sus tierras manchegas, marchó a Madrid donde estudió pintura en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y se hace amigo de Carlos Edmundo de Ory y Eduardo Chicharro e intenta abrirse paso como autor plástico en 1945 dentro del movimiento de vanguardia de posguerra conocido como Postismo.

Entre 1948 y 1963 residió en París, donde asistió al estreno de «Esperando a Godot» de Samuel Beckett y disfrutando de una beca en 1953 del Instituto Francés de París, donde trabaja como pintor y dibujante, en medio de un ambiente sumamente bohemio y en el entorno del fallecido Antonin Artaud, esboza su obra «El combate de Ópalos y Tasia»; descubre su bisexualidad y recibe el premio Polignac por el conjunto de su obra artística (1963). Allí se casa con Geneviève Escande, que ocupa un alto cargo en el Centre National de la Recherche Scientifique, y alterna con conocidos hispanistas franceses, publicando estudios pioneros sobre la influencia de Cervantes en el teatro de García Lorca y la plástica en la obra de Valle-Inclán.

Tras residir un año en Venecia, regresó a Madrid en 1964 y, salvo largas estancias en Berlín y Roma, ha permanecido afincado en esta ciudad entregado a su trabajo como escenógrafo, autor dramático y colaborador de diversas publicaciones periódicas.

Como escenógrafo su labor empieza de la mano de José Luis Alonso, con quien colabora realizando los escenarios de «El rey se muere» de Ionesco para el teatro María Guerrero. Trabaja después con Adolfo Marsillach en las escenografías de «Pigmalión» de George Bernard Shaw y «Después de la caída» de Arthur Miller. Estos trabajos lo transforman en una figura de referencia en su campo y a lo largo de los años sesenta se ocupa de «La dama duende» de Pedro Calderón de la Barca, «El zapato de raso» de Paul Claudel, «El burlador de Sevilla» de Tirso de Molina, «El señor Adrián» de Carlos Arniches y, por supuesto, «Marat-Sade» de Peter Weiss, de nuevo bajo la dirección de Adolfo Marsillach y Antonio Malonda.

Sin embargo, se mantuvo inédito como escritor teatral hasta que publicó en Primer Acto y representó privadamente «Es bueno no tener cabeza» en 1971. Sus ideas teatrales se expresaron en el texto conocido como «Breve poética teatral» en torno a los conceptos de «transgresión», «contravalor» y «culpa»; pretende exhibir escénicamente lo prohibido como si fuera lo más anodino, convencional y corriente en lo público («contravalor») en busca de una liberación (catarsis) total. Esta poética bebe fundamentalmente del Artaud que conoció en París, pero también de Alfred Jarry, Ghelderode, Eugène Ionesco, Samuel Beckett y Jean Genet; lo original de Nieva es insertar conscientemente esta vanguardia en la tradición literaria española de lo grotesco y lo esperpéntico, otorgando a lo cómico un papel fundamental en lograr dicha inversión, prosiguiendo la tradición de Cervantes, Quevedo, José Gutiérrez Solana y Ramón María del Valle-Inclán.

Candidato en varias ocasiones al Premio Cervantes, que no obtuvo, cuando ya tenía 90 años Nieva cumplió en 2015 «un sueño de siempre» con la publicación de «Teatrillo Furioso», que incluye dos de sus obras inéditas hasta entonces, «Farsa y calamidad de Doña Paquitas de Jaén» y «La misa del diablo».

Francisco Nieva estaba en posesión de numerosos galardones, como el Premio Nacional de Teatro (1979) por su trabajo en «Los baños de Argel», de Miguel Cervantes; el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1992), o el Premio Nacional de Literatura Dramática, en 1992.