Hay quien considera que los intérpretes desarrollan un “acto de resurrección”, con sus cuerpos, con su voz y con su técnica, de los personajes plasmados por un dramaturgo en un texto. Goizalde Núñez y Yolanda Arestegui lo hacen, sobre las tablas del madrileño Teatro Quique San Francisco, al dar vida a Joan Crawford y Bette Davis, en la obra “Bette y Joan”, de Anton Burge, cuando estas actrices ya eran dos estrellas con la luz marchita, aferradas a su gloria pasada pero sin renunciar al futuro, dispuestas a seguir batiéndose para recuperar el brillo perdido, mientras grababan aquella película titulada “¿Qué fue de Baby Jane?”. Y la rivalidad persistente entre ambas. “Siempre digo que si hago permanentemente de zorra es porque no lo soy; por eso la Crawford siempre hace de señora”, dice Bette Davis.

El texto está lleno de frases brillantes, ingeniosas, algunas reales, sacadas de la biografía de ambas mujeres, y la función se convierte en un emotivo homenaje a la profesión de actriz. También a la incansable lucha de esas dos mujeres, surgidas de la nada, zarandeadas por la vida, que consiguieron convertirse con su trabajo y talento en dos estrellas del firmamento en fotogramas en blanco y negro del mejor Hollywood. “Un actor es menos que un hombre, pero una actriz es más que una mujer”, dijo Bette Davis. Y aquí aparecen deslenguadas, atormentadas, infatigables, intrigantes, risueñas, enemigas y amigas. El director, Carlos Aladro, ha perseguido imprimir ritmo a una acción única, aunque quizás, en algunos momentos, falte algo de contención en el contexto general de la obra.

Bette Davis recuerda que llegó al cine hablado y le favoreció proceder del teatro, porque eso le dio ciertas ventajas cuando el cine sonoro sustituyó al cine mudo. Pero tuvo que emplearse a fondo día a día en los estudios de grabación porque su físico, que en aquel Hollywood favorecía, naturalmente, a las mujeres deslumbrantes, no la ayudaba. “La alcachofa me llamaban, por fea”, se lamenta. Y explica: “La clave para que una triunfe en este negocio es ser la mejor; yo siempre encontré los mejores guiones, pero no los mejores hombres”. Porque la obra también es una crónica del desamor. Joan Crawford añora a Clark Gable. “Mi verdadero amor fue él. Nos amamos a lo largo de 18 años”. Ella no tuvo formación. Todo lo aprendió con el trabajo, desde sus inicios como bailarina. “En realidad se puede vivir sin una infancia y sin una educación; yo no las he tenido”. Y, admirándose: “Nunca salgo de casa si no parezco Joan Crawford”. Magníficas Goizalde Núñez y Yolanda Arestegui. La función desprende olor a teatro, a cine, a camerino, a escenario, y a medias usadas de mujer. A arte de la interpretación. A resurrección, decíamos.