JACQUES BECKER

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    El director cinematogáfico Jacques Becker nació en París, 15 de septiembre de 1906 – París, 21 de febrero de 1960) y realizó tan solo trece largometrajes en un periodo relativamente breve de tiempo, entre 1942 y 1960. Pero este bagaje corto en número pero prolijo en títulos mayores, clásicos del cine francés como «La evasión» («Le trou», 1960) o «París, bajos fondos» («Casque d’or», 1952). Se casó con la actriz Françoise Fabian y fue padre del también director Jean Becker.
    Su padre era administrador de la sociedad Fulmen y su madre (de origen inglés) tenía un taller de costura en la calle Cambon de París, junto a la casa de modas Chanel. La familia Becker iba regularmente de vacaciones a Marlotte-sur-Loing, donde frecuentaba a Paul Cézanne, hijo del pintor.

    En una de estas estancias vacacionales, Jacques Becker trabó amistad con Jean Renoir (hijo, a su vez, de Pierre-Auguste Renoir), quien había acudido de visita a casa de los Cézanne. Jacques Becker sentía gran afición por el cine y también por la música de jazz, hasta el extremo de buscar trabajo en los transatlánticos que hacían la ruta El Havre-Nueva York con la intención de poder oír a los músicos de jazz americanos. En 1928, durante uno de estos viajes, conoció a King Vidor, quien le ofreció participar en sus películas como actor, aunque a Becker le interesaba más la puesta en escena. Tras casarse y rechazar la proposición de su padre de trabajar en la empresa donde él estaba empleado, consiguió ser asistente de dirección de Jean Renoir.
    De ideas comunistas, aunque nunca practicó el cine social en el estricto sentido de la palabra, Becker se formó en el cine del Frente Popular y fue ayudante de Jean Renoir. Sus influencias beben tanto en la obra del autor de «La grande illusion» («La gran ilusión», 1937), uno de los ochos filmes de Renoir en los que Becker trabajó de asistente, como del cine clásico estadounidense anterior a la segunda guerra mundial. Le gustaban mucho King Vidor y Howard Hawks, por ejemplo. Su estilo emergió de un cierto clasicismo para instalarse pronto en la modernidad, depurándose a marchas forzadas durante el periodo de la Ocupación y la posguerra.

    Jacques Becker deseaba iniciar una carrera como director y, junto a Pierre Prévert rodó un cortometraje titulado «Le commissaire est bon enfant, le gendarme est sans pitié» (1935), basado en la obra teatral homónima de Georges.

    Conseguirá, por fin, que le encomienden el rodaje de su primer largometraje, que se titularía «L’or du Cristobal 1939». Los problemas de financiación de los productores hicieron que el rodaje se paralizara, ya que Becker se negaba a rebajar la calidad de la película con un rodaje más apresurado o barato. A causa de la Segunda Guerra Mundial Becker fue movilizado, circunstancia que los productores aprovecharon para encargar a Jean Stelli la finalización de la película. Tras caer prisionero y ser repatriado gracias a la mediación de la Cruz Roja, Becker regresa a París.
    Durante la Ocupación, Becker rodó tres películas muy distintas entre sí, pero donde se aprecia el estilo preciosista y el empleo libre y vivaz de la cámara que caracterizarán a Becker. Estas películas fueron «Dernier Atout» (1942, su primer largometraje), «Goupi-Mains rouges» (1943, basada en la novela homónima de Pierre Véry) y «Falbalas» (1945).

    Precisamente durante el rodaje de «Falbalas» se produjo la victoria de los tropas aliadas. Y gracias al material devuelto (cámaras y película), Becker podrá rodar la película «La Libération de Paris». Cuando se estableció una Comisión de Depuración para investigar el comportamiento de los artistas durante el dominio nazi, dado su valor moral reconocido Becker intervendrá en defensa de Henri-Georges Clouzot.
    No es de extrañar que el grueso de los críticos de la influyente revista Cahiers du cinéma le reivindicará siempre como uno de los pocos directores que se salvaron de la quema generalizada del cine francés de posguerra: para Truffaut, Godard y compañía, enemigos del academicismo, Becker estuvo siempre a la altura de su mentor Renoir, de Jean Cocteau, Jean-Pierre Melville, Max Ophüls, Robert Bresson y Jacques Tati.

    Becker rodó una serie de comedias de gran éxito que le convirtieron en los años 40 y 50 en uno de los cineastas franceses más conocidos: «Antoine et Antoinette» (1947, Palma de oro del Festival de Cannes), «Rendez-vous de juillet» (1949, premio Louis Delluc, «Edouard et Caroline» (1951) y «Calle de la Estrapada» («Rue de l’Estrapade», 1953).

    Su gusto por la observación de la sociedad tras la Liberación, su mirada sobre los personajes, su talento para la dirección de actores y el equilibrio entre la agudeza psicológica de los diálogos y la perfección de la puesta en escena caracterizan estas películas en las que se reflejan todas las clases sociales y que servirán de inspiración a François Truffaut y sus películas sobre el personaje de Antoine Doinel.
    En «Casque d’or» («París, bajos fondos», 1952) dirigió a Simone Signoret, quien interpretó a una prostituta. La película retrata los ambientes marginales del París de principios del siglo XX. En 1954 rodó «No toquéis la pasta» («Touchez pas au grisbi», basada en la novela de Albert Simonin), que se convirtió en el prototipo del cine negro francés y sirvió para relanzar la carrera de Jean Gabin.

    Su siguiente película, «Ali Baba et les quarante voleurs» («Alí Babá y los cuarenta ladrones», 1954), era una farsa puesta al servicio del lucimiento del cómico Fernandel. Después rodó un film basado en el personaje de Arsenio Lupin, creado por el escritor Maurice Leblanc. Se tituló «Les Aventures d’Arsène Lupin» («Las aventuras de Arsenio Lupin», 1957) y estuvo protagonizada por Robert Lamoureux.

    Tras estas obras menores, Becker rodó una película de gran valor: «Los amantes de Montparnasse» («Montparnasse 19», 1958), un melodrama sobre la vida del pintor Modigliani, protagonizado por Gérard Philipe. Tras esta película, rodó otra de sus obras maestras, «La evasión» («Le Trou») (1960), cuyo rigor y sobriedad le acercaron al estilo depurado de Robert Bresson.
    Detallista y minucioso tanto en la recreación de época en estudio como en el rodaje n exteriores, estilista de la puesta en escena y la creación de atmósferas irrepetibles, Becker practicó por igual el impresionismo y el realismo, tan atento a los períodos históricos de sus relatos como a la sicología de sus personajes. Los críticos de Cahiers du cinéma atisbaron en él la modernidad que ellos mismos pondrían en práctica al pasar a la realización, encuadrados en la Nouvelle vague.

    Becker no llegó a ver estrenada su última película. Murió en París el 21 de febrero de 1960 y fue enterrado en el Cementerio de Montparnasse.