Intérpretes
Sinopsis
Río de Janeiro, 1941. Max (Edson Celulari), un golfillo elegante y encantador, se dedica a trapichear con lo que puede, siendo mantenido por Margot (Elba Ramalho), una bailarina que trabaja en el Hamburgo, un cabaret dirigido por Otto Strindell (Fabio Sabag), un alemán que domina el submundo de cabarets y burdeles de la ciudad. Una noche, mientras Max está en tratos con unos marinos americanos, la radio anuncia el ataque de Pearl Harbour y la destrucción de la flota americana por la aviación japonesa. Max, sus hombres y los marinos americanos deciden llevar a cabo una expedición de castigo en el cabaret Hamburgo donde se reúnen los integracionistas. A fuerza de provocaciones consiguen una pelea general, dejando completamente devastado el lugar y sin que la policía pueda más que hacer constar los desperfectos. Tigre Gordo (Ney Latorraca), un comisario corrupto que encubre los asuntos de Otto Strindell, encarcela a los revoltosos, con excepción de Max, su amigo de la infancia. Hasta entonces no ha habido nada que los enfrente, ni siquiera Margot, que pasó de los brazos de uno a los del otro. Cuando Strindell se entera, a través de sus prostitutas, de que el responsable del saqueo de su cabaret es Max, decide despedir a Margot, como forma de castigar a Max. Este decide vengarse. Gracias a Jeni (J. C. Violla), un travesti que solo tiene ojos para él, se entera de la llegada a Río de Ludmila (Claudia Chasa), la adorada adolescente hija del alemán, y decide que ella será el instrumento de su venganza. Max no tarda en encontrarse con la adolescente. Fascinada por Max, que se hace pasar por un importador en contacto con la bolsa neoyorquina, le propone asociarse a él, llevando como garantía un enorme cheque que ha conseguido de su padre. Max está encantado. Invita a Tigre Gordo, exhibe el cheque y le propone que tape sus asuntos con una comisión. Pero Otto se entera de los manejos de su hija y decide no cubrirla, por lo que Ludmila desesperada, propone a Max que se case con ella, única forma de que su padre no perjudiqu