«El vampiro de la calle Claudio Coello” termina temporada en el Alfil y se representará en el teatro Quintero de Sevilla tras cambios en el elenco
«El vampiro de la calle Claudio Coello”, obra de Juan Ignacio Luca de Tena y Luis Escobar, con versión de Nacho Marraco, que ya habíamos reseñado aquí tras su estreno en junio, se ha despedido del teatro Alfil como una de esas perlas escondidas que de vez en cuando nos regala la cartelera madrileña, y este otoño emprenderá una gira que la conducirá, entre otros sitios, al teatro Quintero de Sevilla.
«El vampiro…”, en sus últimas funciones en Madrid, tuvo importantes cambios en su elenco, que afectaron a los dos personajes principales de la obra: A don Paquito, el eterno estudiante de Medicina -tiene ya 42 años- que en las noches de luna llena se convierte sin saberlo en vampiro para llenar de lujuriosa felicidad a las mujeres, sobre todo a las que comparten hostal con él, y al de la actricilla silenciosamente enamorada de él.
El cambio de intérpretes no se nota. Los nuevos tal vez incluso hayan mejorado la función. Acudo al teatro con Juan Antonio Tirado, que sale encantado y sorprendido. Asegura que «El vampiro…” le ha recordado en su poética, en su envoltura deliciosa, a «El baile”, de Edgar Neville, en una función que también vimos juntos hace lustros en Madrid y que nos dejó maravillados.
«El vampiro…” está lleno de poesía, de delicadeza, y de humor suave. Es un montaje maravilloso a partir de una obra magnífica. Juan Ignacio Luca de Tena tuvo como pasión el teatro, aunque él dedicó su vida al periodismo como director de «ABC”, aquel periódico que leía, pero del que desconfiaba el Régimen, volcado cuando entonces en la denominada Prensa del Movimiento.
Mientras el montaje de «El vampiro…” triunfa sobre las tablas, leo que el nuevo equipo de gobierno del Ayuntamiento de Madrid se está planteando retirar el nombre de Juan Ignacio Luca de Tena de una glorieta de la capital. Parece, pues, que la escopeta nacional cambia de manos pero siempre apunta hacia los mismos: Los escritores, los intelectuales, los periodistas, la gente del cine y del teatro. Quizás resultara más práctico para los ciudadanos que esos concejales se ocuparan, por ejemplo, de mantener limpia la calle del Pez, sede del teatro Álfil, que está sucísima. Y a todo esto, mucho lo del vampiro.