«Amores minúsculos”, un montaje conmovedor y poético, se representa en el Nuevo Apolo de Madrid tras dar el salto desde el circuito off

«Amores minúsculos” es una joya, una de esas perlas imprevistas, anónimas en medio del anclaje publicitario de los grandes estrenos, que de pronto aparecen en la cartelera madrileña. Una auténtica delicia. Es una comedia romántica de aristas suaves, de una suavidad que araña: Como el amor.

Cuenta la vida de seis jóvenes, que han perdido la fe en hallar el amor, y cada uno se refugia en una excusa engañosa, en un rodeo para esquivar el vacío de esa ausencia: Ya sea marcándose rutinas de vida que seguir con disciplina absoluta, o dejando que pasen los días sin que llegue la inspiración y, sobretodo, las ganas de trabajar para escribir el libro que la editorial está esperando, o haciendo dibujos clandestinamente en un parque de la persona que se ama.

Decía Francisco Umbral que él nunca creyó en las mayúsculas, que la vida, como las buenas novelas, deben abordarse con minúsculas. Eso ocurre en esta obra. Dejemos las mayúsculas para Shakespeare. O para José Zorrilla. Don Juan Tenorio no hay más que uno, en su temeraria, fría y colosal travesía por los cementerios detrás del desamor pero cruzado mortalmente por el amor. Estos «Amores minúsculos”, que se representa en el teatro Nuevo Apolo de Madrid y en febrero emprenderá una gira por España, está hecho de encuentros en la terraza de un bar, en discotecas, en fiestas improvisadas. Si hubiéramos sabido que el amor era eso. La llama prende en cualquier momento. Incluso entre los más excépticos. Uno de los personajes, con rabia desolada, dice: «Yo ya no buscaré más el amor. Ahora, si quiere, que el amor venga a mi”. Bueno, pues vendrá.

La obra transmite sosiego, un toque de poesía. Está perfectamente interpretada por un elenco de jóvenes actores, muy metidos en su papel, capaces en todo momento de hacer a sus personajes de carne y hueso. La obra está viva. Gran parte del éxito se debe a la excelente dirección escénica de Iñaki Nieto (también adaptador del texto). La obra está inspirada en los cómics de Alfonso Casas (los espectadores que no los conocieran habrán salido del teatro con ganas de leerlos).

Hay música, una aroma juvenil, y teatro, mucho teatro. Porque lo que se ve sobre las tablas del Nuevo Apolo es teatro, nada tiene que ver con las series televisivas. En la televisión impera cierta tontería. Aquí, la poesía. La obra transcurre como un cómic, es decir, deliberadamente como una ficción, pero todo parece real. Tal vez porque esté absolutamente impregnado de la irrealidad que es el amor. Una joya, ya está dicho.