La obra “Un secreto a voces” tiene el decidido propósito de hacer reír. Un objetivo plausible y, sobre todo, extremadamente complicado. Y lo consigue. Las risas se suceden en el Teatro Luchana de Madrid, donde se representa. No sonrisas al estilo anglosajón, sino a carcajadas españolas. Se trata de una comedia/comedia con algún personaje que parece arrancado del realismo mágico, pero no como el procedente en su día de la literatura colombiana, por ejemplo, sino que viene directamente de Móstoles, como el personaje histérico y entrañable interpretado de manera colosal por la actriz Noemi Ruiz. La obra se sustenta en un texto ingenioso, simpático, sonriente y retorcido de Álvaro Carrero, con unas conversaciones a veces sin sentido, siempre llenas de comicidad. Que juega en algún momento a ser políticamente incorrecto. Aunque ahí se aproxima más al humor de quienes ganaron (en votos) estas elecciones. Y la interpretación es fabulosa, con un derroche de vis cómica. Con Virginia Muñoz, Miguel Ángel Martín y Pablo Puyol, extraordinario intérprete, excelente histrión, y que en teatro hace obras pegadas a los acontecimientos que se viven o han vivido. En “Venidos a menos” (2013), en el Alfil, era la crisis económica a ritmo musical, y aquí se trata de la desescalada durante la pandemia. Y del complejo rastro emocional que ha dejado el confinamiento en algunas personas. Ahí reside uno de los logros esenciales de la obra: aborda la pandemia en tono de humor, consigue que nos riamos de la pesadilla. Se echan en falta en los escenarios, sí, más obras sobre aquellos días. Y todo dicho en andaluz, con giros logradísimos del habla del sur español.

Fernando (Miguel Ángel Martín) está fatal: “Me he quedado tocaíllo con esto de la pandemia. No puedo ver los telediarios. Lloro ya con el sumario”. Y confiesa dormir con el antifaz (como siempre) pero también con la mascarilla. Otro personaje: “Yo desde que nos han soltado sólo quiero eso, estar en la calle y caminar hasta reventar”. Y expresan: “Después de tantos meses teletrabajando…”. Y en un momento dado: “Oye, que ya lo tengo. -¿El qué? –El covid, no te jode”.

Y así pasan los cuatro amigos una tarde realmente infernal para ellos y feliz para el público. De lío en lío. De absurdo en absurdo. Sumergiéndose en conflictos extraños que a veces se resuelven en vomitonas. Afortunadamente uno de ellos es médico. La gente en la platea ríe. Lo pasa bien. Durante hora y media los problemas de cada cual se han detenido. Risas. Es el teatro.