La Academia de Cine homenajea al «peliculero» Eduardo García Maroto, a quien dedica una exposición sobre su vinculación con el cine de Hollywood
Pasó por todos los oficios del cine y luchó para que el cine español se convirtiera en una gran industria. Director de comedias, montador de algunas de las películas más importantes realizadas durante la Segunda República y supervisor de superproducciones estadounidenses, Eduardo García Maroto (Jaén, 1903 – Madrid, 1989) fue recordado por Miguel Olid, Julio Sempere, Juan Mariné y por uno de sus hijos, Agustín García Matilla, en la Academia, institución que dedica a este maestro jienense una exposición sobre su vinculación con el cine de Hollywood.
Y es que antes de que Samuel Bronston se hiciera popular en España con superproducciones históricas como «El Cid» o «55 días en Pekín», García Maroto llevaba muchos años trabajando con los estadounidenses, con los que empezó a colaborar con «Alejandro el Magno».
«Su figura me deslumbró. García Maroto fue uno de los cineastas más formados técnicamente. Fue técnico de laboratorio, adaptador, actor, operador de cámara, montador, guionista, director, director de producción y uno de los primeros en introducir el sonido en nuestro país. Berlanga reconoció la influencia que había tenido en él», destacó Miguel Olid, investigador sevillano que durante siete años ha buceado en la vida y la filmografía de este polifácetico profesional a quien la crítica, en los años 30, definió como «un gran esperanza para el cine español e inventor de un género nuevo».
Olid, autor de «El hombre de la corbata blanca», reportaje que se exhibió en la Academia, resaltó las dificultades que tuvo García Maroto con la censura franquista, y citó que, antes del rodaje en España de «Patton», los equipos estaban formados por norteamericanos, ingleses «y algún italiano». Esta situación cambió con «Patton», que de los siete Oscar que logró, uno fue para el decorador Gil Parrondo y el jefe de ambientación Antonio Mateos. «Por primera vez, los técnicos españoles eran jefes de equipo».
Uno de los colaboradores de García Maroto fue el nonagenario Juan Mariné, que recalcó: «Lo que luchamos en esos tiempos para sacar películas con calidad. Si hubiera unos cuantos «Eduardos» se acabarían los problemas que hay de asistencia al cine en nuestro país, porque Eduardo luchó por hacer un cine para el espectador», apuntó el veterano director de fotografía.
El carácter innovador de García Maroto fue subrayado por uno de sus hijos, Agustín García Matilla. Catedrático de Comunicación Audiovisual, García Matilla contó que con descartes de decorados rodó sus primeros cortos, «que fueron revolucionarios»; que la primera película que dirigió, «La hija del penal» (perdida puesto que se quemó) es del 36, «un año trágico para España, y que en la posguerra filmó «Los cuatro robinsones», «con ese humor bufo que la censura evitaba porque molestaba el Régimen».
Ya en el 56 creó una cooperativa en la que también estaba Fernando Fernán-Gómez de la que salió «Truhanes de honor». «El general Millán Astray recibió a García Maroto y le dijo que a los legionarios no se les podía llamar truhanes, y le conminó a hacer cambios en el guión. La película recibió una mala calificación, lo mismo que «Tres eran tres», y la cooperativa se extinguió», explicó García Maroto, que también habló de la relación de su progenitor con la industria norteamericana.
«Le eligieron como puente entre los equipos norteamericanos y españoles. Mi padre era muy honrado y administraba el capital americano como si fuera su propio patrimonio. A sus tres hijos –dedicados a la televisión, cine, teatro y la enseñanza de la imagen– nos inculcó su vocación y pasión por este mundo. Era un hombre total de cine al que le obsesionaba dar protagonismo a los profesionales españoles», añadió.
«Salomón y la reina de Saba», «Patton» y «Los 4 jinetes del Apocalipsis» son tres de las seis superproducciones en las que Julio Sempere trabajó como ayudante de dirección junto a García Maroto. Sobrino de Gil Parrondo, Sempere también citó «Esencia de misterio», en cuya escena final Elizabeth Taylor hizo un cameo; y el problema que tuvo con la estrella Raquel Welch en «Hannie Caulder». «Raquel Welch me amenazó por un problema de vestuario y Eduardo le dijo que si no me pedía disculpas, el equipo español no rodaba. Me las pidió y, aunque el resto del rodaje seguimos distanciados, al final me dedicó una foto».
Para Sempere, García Maroto «sabía llevar las cosas a su terreno, conseguía que rodáramos donde teníamos que rodar», apuntó este profesional, quien relató que en «Los 4 jinetes del Apocalipsis» el equipo era totalmente español. «Cobrábamos 300 pesetas diarias de dieta. Fue en Sevilla y como hubo unos días de lluvia, nos dieron 200 pesetas más los días que no filmábamos para matar el tiempo».
En la exposición de la Academia de Cine en su sede de Madrid (c. Zurbano 4), que permanecerá abierta al público hasta el próximo 1 de julio, hay imágenes de «Patton», dirigida por Franklin J. Schaffer, que se filmó en Segovia, Navarra y Almería, donde se ambientó la batalla de El Guettar (Túnez), y donde el ejército español participó cediendo tanques y más de 3 000 soldados intervinieron como extras; de Tyrone Power paseando por Madrid con su esposa dos días antes del estreno en la ciudad de «Testigo de cargo»; de Peter Lorre, protagonista de «Esencia de misterio» y que dio bastantes problemas al equipo español a causa de sus adicciones; y de Charles Bronson en «Villa cabalga». La pitillera que le dedicó Stanley Kramer («Orgullo y pasión»), la cámara que García Maroto utilizaba para localizar, el dibujo que le hizo Jean Negulesco y los permisos para rodar, entre otros el de «Orgullo y pasión», que no resultó fácil de conseguir porque el prior de El Escorial se negaba, también forman parte de la muestra.