Estreno de «Los caciques”, obra sobre la corrupción política
Carlos Arniches inventó el madrileñismo y la tragicomedia. Fue un dramaturgo inmenso al que se suele observar desde determinados ámbitos intelectuales con cierta conmiseración. Pero su influencia ha sido enorme en las letras españolas actuales, tanto en la prosa como en el teatro, y superlativa en series de televisión, alguna llena de guiños que vienen de Arniches. En el teatro María Guerrero de Madrid se representa ahora ‘Los caciques’, una propuesta dramática interesante, divertida, y dignísima, que ha dirigido el veterano Ángel Fernández Montesinos.
Siempre se ha dicho que el espíritu, las costumbres y las gentes de Madrid, constituyen una fuente fundamental de la obra de Arniches. En «Los caciques” hay un personaje típico del Madrid/madriles, el que desata toda la trama, interpretado por un sensacional Fernando Conde. Pero lo que ha subrayado la versión de esta obra de Arniches es la corrupción política. Resulta desolador observar cómo en España el trapicheo no ha cambiado, o ha cambiado poco, y que ha pasado de manos en manos a lo largo de décadas. La vida sigue tristemente igual y la diferencia reside en que se ha evolucionado de los papeles manchados y sospechosos al sucio disco duro del ordenador. Esto es lo que nos viene a decir Ángel Fernández Montesinos en su lectura de «Los caciques”.
La obra cuenta una historia interesante y, sobretodo, la cuenta bien. El texto original ha sido, en parte, retocado, y algunos personajes, suprimidos. Pero las frases de Arniches están muy bien subrayadas. Todo muy teatral. Hay que incidir, para evitar equívocos, en que el teatro es teatro, es decir, cultura, ficción ilustrada -llamémoslo así-, porque una cosa es el teatro y otra la vida, aunque el teatro siempre aspire a representar la vida. Tener claros estos conceptos ayuda a valorar «Los caciques”.
Muy bien todo el elenco. En medio de la velocidad, en muchos casos hueca, a la que se desarrollan la mayoría de las comedias actualmente en cartel en Madrid, gusta la pausa de teatro bien escrito de una obra de Arniches. Que además nos muestra cómo éramos y, desgraciadamente, cómo seguimos siendo. Es decir, un puro sainete, pero sin el pulso estilístico de Arniches. Porque la realidad política española sigue siendo un sainete malo.