Meritxel Huertas, Mónica Pérez y Yolanda Ramos, desde el 12 de septiembre en el Nuevo Teatro Alcalá de Madrid

Eduardo Haro Tecglen defendía hace años en sus críticas que en el teatro las historias se muestran, no se cuentan. Las cosas han cambiado. En parte por la crisis económica, que obliga a realizar montajes con pocos actores y una escenografía sencilla. Y también por las propias tendencias teatrales, que se han visto influidas por la televisión y el éxito en la pantalla de los monólogos humorísticos. La cartelera madrileña cuenta desde hace tiempo con numerosas funciones basadas en monólogos, en el humor, en la vis cómica del intérprete y en textos escritos con ingenio.

«Confesiones de mujeres de 30», que se ha estrenado en el Nuevo Teatro Alcalá de Madrid, supone un decidido exponente de todo ello. Y un exponente brillante. Se trata de una función aguda, alocada, divertida, bien interpretada, con un texto sólido: con la risa como objetivo. Un malabarismo de ingenio entre tres mujeres con la lengua afilada y ganas de divertirse. El principal logro de Meritxel Huertas, Mónica Pérez y Yolanda Ramos, las tres intérpretes, reside en que llenan el escenario de vitalidad, palabras agudas, amistad con aristas, genio e ingenio, y olor a hembra. Pasa de todo, aunque no ocurra nada. El maestro Haro Tecglen hubiera terminado desconcertadísimo.
Ellas hablan y hablan. El texto original es de Domingos Oliveira y acumula ya un largo recorrido de éxitos. Y lo han adaptado para esta función Edu Pericas, que también la dirige, y las propias actrices. No se sabe con exactitud qué hay del autor y qué tiene de nuevo, de aportaciones. Pero las tres intérpretes van y vienen sobre el escenario encarnando a unas actrices que se conocen desde hace años pero que coinciden por primera vez en una obra. Hablan de amor, de desamor y de lujuria. Aborda cada una su monólogo y las otras la arropan bien. Hay historias de risa y otras de menos risa. Destaca la capacidad cómica de Yolanda Ramos y de Meritxel Huertas. Mónica Pérez aporta cordura. Y entre tanto desmadre, Mónica Pérez sobrecoge con la historia del hombre mayor que conoce en una tienda de moda juvenil. El tipo le está comprando ropa a su hija. Comienzan a hablar y quedan en verse. Él la llama al móvil. La invita a hacer footing al día siguiente. «A mí no me gusta demasiado el deporte, pero las mujeres somos así. Aceptamos si un hombre nos interesa”. Ambos se encuentran e inician la carrera. El tipo, en perfecta forma, muy entrenado, se distancia, se pierde en el horizonte. No se volverán a ver jamás.
Y al final, las tres se despiden de los espectadores, a los que se han dirigido frecuentemente durante la función como unas amigas. Y los espectadores y las espectadoras tiene la impresión de que efectivamente se trata de unas amigas recientes. Ese es otro de los logros de esta obra: que las actrices a veces consiguen que nos olvidemos de que estamos en el teatro, y parece que hemos ido de tertulia con tres amigas parlanchinas y lenguaraces. Orson Welles decía que al acabar un capítulo, lo malo era que las máquinas de escribir no aplaudían. Estas actrices sí encontraron el merecido aplauso de todos.