En el teatro Español de Madrid se estrena «El Encuentro», una extraordinaria ficción del encuentro clandestino entre Suárez y Carrillo en febrero de 1977

«El Encuentro» es teatro político, pero con un toque onírico, con un barniz emocional, circunstancias que lo diferencian de las propuestas de Bertolt Bretcht o de Meyerhold. En todo caso es buen teatro. Una extraordinaria reflexión sobre la Transición en poco más de hora y cuarto, que sigue las premisas que el crítico Eduardo Haro Tecglen recomendaba para cualquier función: texto y actor. En gran medida por la acertada pero invisible labor de dirección de Julio Fraga.

Adolfo Suárez (interpretado por José Manuel Seda) y Santiago Carrillo (que encarna Eduardo Velasco) se reunieron en secreto en un chalet de las afueras de Madrid el 27 de febrero de 1977 -hace en estos días 37 años- para tratar sobre la legalización del Partido Comunista de España. Son dos seductores políticos, personas con una evidente intuición del alcance histórico de sus decisiones. Pero tienen miedo, mucho miedo -Carrillo más, claro-: al ruido de sables, al Ejército. Al fracaso. Ese es uno de los logros fundamentales de la obra escrita por Luis Felipe Blasco Vílchez: subrayar cómo el Ejército -sobre todo-, y también la Iglesia y los poderes fácticos, tutelaron desde la oscuridad -no desde la sombra- la Transición, y marcaron para siempre la democracia española. El personaje de Carrillo, en un salto onírico a nuestro tiempo, se pregunta si las manifestaciones que se están haciendo actualmente resueltas con duras cargas policiales no debieron realizarse en aquella época. Si fue un error renunciar entonces a la revolución.
Porque la obra habla de la Transición y del momento actual que vive el país. Muchos de los males que España padece proceden de errores -¿de concesiones excesivas?- de la época de la Transición, tal vez alguno se herede de aquel mismo encuentro entre dos políticos que representaban a las dos Españas de Machado, enfrentadas, muchas veces ensangrentadas, pero que decidieron alcanzar acuerdos por un sentido de Estado, porque tuvieron, sí, el talento, la visión política y la generosidad de anteponer los intereses generales a los particulares. De dialogar. La obra nos dice que Santiago Carrillo, efectivamente, pudo vivir en París como una víctima dorada y adorada de un PCE ilegal, pero lo cambió todo por la lucha por el voto en las urnas. Por la democracia.
Julio Fraga crea una atmósfera de suspense, de thriller político. Se palpa el temor. Era el miedo que había en aquella casa y en toda España. En la calle. Días antes de ese encuentro habían muerto asesinados los abogados laboralistas de Atocha. El montaje recoge toda esa tensión en una ficción dramática, no en una recreación, porque nunca se ha sabido con certeza el contenido de aquella conversación.
Adolfo Suárez habla a Santiago Carillo de lo que Europa consideró «el milagro español”. El pasado martes 25, día del estreno de «El Encuentro» en el teatro Español de Madrid, a escasos metros de donde se desarrollaba la función, en Las Cortes, Mariano Rajoy también se refería en su discurso del debate sobre el estado de la nación al «milagro español”. Tal como éramos. Tal como somos. «El Encuentro»: Teatro/teatro.