“Stranger Sings” es un musical gamberro, extraño, distinto, juguetón, que recrea acertadamente la atmósfera ochentera de un pueblo perdido en la inmensidad de los Estados Unidos, con misterios y dimensiones paralelas, desapariciones de adolescentes y policías duros, alguna chica frívola y muchos chicos aletargados, y donde uno de los personajes en un momento quizás introspectivo exclama: “Soy un friki, ¿y qué”.

En el pueblo ficticio de Hawkins (Indiana) nunca pasa nada. Los días transcurren lánguidos. Pero de repente todo se desata. Desaparece Will, un adolescente. Unos y otros se lanzan en su búsqueda en medio de la angustia de la madre, Joyce. Sus amigos van en bicicletas, como aquellos chavales de “ET”. Y en medio de la oscuridad de la noche hallan a la enigmática Once, una chica psicoquimética que transmite pavor. Pero canta muy bien. Y la amiga de Nancy también desaparece. Ella no liga. “Nancy se fue para darse el lote pero yo mantendré nuestra amistad a flote”, afirma en su soledad bajo las estrellas ochenteras.

El espectáculo crea una atmósfera: De época, de lugar. Hay once actores que se desdoblan en varios personajes cada uno. Magníficos todos. Bea Carnicero como chica fatal y madre dolorida (y algo lujuriosa), y Gabriel San Juan como el policía monolítico. Y todas y todos. Porque “Stranger Sings” destaca por ser un musical trabajadísimo, cuidado con esmero, al detalle, por sus creadores e intérpretes. Hay un gran esfuerzo detrás, pero el espectador no percibe ese esfuerzo, sino el buen resultado final, que es de lo que se trata en teatro. Estamos ante un musical de pequeño formato al que se le puede augurar una larga vida.

Lo grita un personaje: “Me encantan los 80”. La serie televisiva “Stranger Thing” se estrenó en 2016 y, según se ha escrito, consiste en una mezcla de drama de investigación y elementos sobrenaturales con referencias a la cultura pop de los 80. El musical inspirado en esta serie ha tenido versiones en Estados Unidos, Australia, Brasil y, ahora, España. “Stranger Sings” se representa en los Teatros Luchana de Madrid. Tiene una estética barroca e, insistimos, muy yankee. Un musical moderadamente provocativo. “El instituto es el lugar donde nos llevan nuestros padres para mantener relaciones sexuales hasta que volvemos”, afirma un personaje. Un público mayoritariamente joven se divierte con las peripecias. Un espectáculo, sí, con indiscutible sabor a Coca Cola cuando era “la chispa de la vida”.