Carlos Hipólito es un actor superlativo. No se nota que actúa. Pero sobre las tablas nunca es él: es el personaje. Y los ha hecho muy diversos. Incluso decididamente contrapuestos. Desde aquel memorable chico, inquietante y desesperado, ataviado de negro, que daba vueltas sin rumbo por el escenario del Reina Victoria en 1982 en “Seis personajes en busca de autor”, de Pirandello, dirigido por Miguel Narros. A los últimos. El atribulado director de una sucursal bancaria, acorralado por la desesperación y el descaro de un cliente, en “El crédito”. O el galán que se debate sutilmente entre el amor de dos mujeres en la sensacional “La mentira” (porque Carlos Hipólito puede interpretar perfectamente a un galán, pese a que no mida dos metros de altura y no tenga un bíceps como un queso de bola). Y cantaba y bailaba sobre las tablas en el musical “Billy Elliot” (2017). Recientemente ha sido en el Centro Dramático Nacional “Macbeth”, de Shakespeare.

Y ahora Carlos Hipólito protagoniza en el teatro Infanta Isabel de Madrid la obra “Rita”, de Marta Buchaga, una reflexión, con momentos amargos y otros risueños, sobre la muerte, pero también en torno al abandono, la soledad, el adulterio, el miedo a la enfermedad, en el universo de las relaciones familiares. Se trata de dos hermanos, Toni y Julia (una notable Mapi Sagaseta), que viven el drama de los últimos días de su madre, enferma de Alzhéimer, postrada en la cama de una residencia, aparentemente ajena a todo. La fuerza de la función estriba en la interpretación, ya está dicho, pero se basa también en la agilidad de los diálogos, chispeantes y bien trazados por la autora. La obra es palabra y actor. Los dos intérpretes logran que la vida fluya, aunque hablen de la muerte. Carlos Hipólito se expresa con tal naturalidad, insisto, que parece que no estuviera actuando. Recuerda aquí, en ocasiones, por las exigencias del diálogo, su trabajo en “Arte” (2009), de Yasmina Reza, cuando discutía con dos amigos ante un lienzo en blanco. “Rita”, pues, es el trabajo sensacional de dos actores ante un sólido texto, y tal vez precisaría un escenario desnudo, porque la obra consta de once escenas, cada una con su planteamiento, nudo y desenlace, y los actores tienen que cambiar los elementos del escenario durante el oscuro. Ya lo decía Eduardo Haro Tecglen: en teatro, cada oscuro parece que dura siglos.

“Rita” tiene un final emocionante y poético tras cruzar por momentos de risa y tristeza que casi todos los espectadores habrán experimentado alguna vez en la vida. Nunca se ve a la anciana, postrada por el Alzhéimer. Por la mañana la atan a la silla de ruedas. Uno de sus hijos dirá: “Puede comer chocolate y apretar la mano si quiere. Pero no está”. O, en relación a Martina, la hija de 14 años de Toni: “¿Tú crees que Martina se acuerda de cuando mamá aún estaba bien?”. La vida y la muerte, pues, trágicas y hermosas, como unos fuegos artificiales que iluminaran la noche. Y todo iluminado por el talento de un gran actor: Carlos Hipólito.