La adaptación teatral recibe duros reproches de la crítica, enfrentada al mito, ya no tan romántico, de la Cenicienta prostituta

Con hermosos sentimientos y largas piernas, Julia Roberts encarnaba a la prostituta que enamoró, como sin querer, al millonario inconforme de seductora sonrisa que representaba Richard Gere en «Pretty Woman». En 1990, cuando se estrenó, la película no sólo fue un éxito de taquilla. También moldeó los ideales románticos de una generación con sus ingredientes dramáticos –e infantiles– que ahora se trasladan a las tablas de Broadway, en la adaptación musical del mismo nombre, estrenada el 16 de agosto. No en balde Bryan Adams, autor de las canciones de esta nueva versión de dos horas y media, compuso como primer hit una melodía titulada «I can’t go back».

Cantada por la actriz del musical Samantha Barks, la canción empieza con un «tú sabes que me haces feliz, tú sabes exactamente qué decir, pero yo soy Cenicienta». Ninguna referencia mejor para, a grandes rasgos, endulzar la trama en la que una mujer de la clase más baja y empobrecida –moral y económicamente– de la sociedad es rescatada por el hombre rico y rebelde, que además es guapo y joven. El mito del príncipe bueno y la marginada redimida toma ahora, con gran pompa, la avenida teatral más emblemática del mundo.

Vivian y Edward fueron el símbolo de la pareja feliz desde entonces. Sin embargo, la puesta en escena ha recibido duros comentarios por parte de la crítica local. En la revista The New Yorker, por ejemplo, se preguntan si su estreno ha sido un «gran error» y reprocha que se haya perdido la oportunidad de darle la vuelta a una sinopsis machista y consumista –que mercadea con seres humanos– para convertirla en algo más políticamente correcto en la era #MeToo.

A pesar de la coreografía de Jerry Mitchell, dos veces ganador de los premios Tony por trabajos como «Hairspray», la obra es «un desastre insípido», según resume el corresponsal de The Guardian. «Se derrumba en el escenario (…) ha envejecido tan bien como un envase de leche sobre el radiador». Su enfoque es similar al anterior: lo que en los noventa parecía un cuento de hadas resulta ahora una historia macabra e incluso «pornográfica», por la que se paga una entrada de hasta 140 euros.

En cuanto a la escenografía, se repudia el atrezzo plástico, el «lujo falso, todo falso», donde los personajes visten un atuendo «diseñado alrededor de un sujetador pushup». Mientras más escote, mayor ovación desde las 1.600 butacas del Nederlander Theatre, comenta el crítico. Tampoco le gustó al New York times: «Ya está haciendo una gran taquilla, demostrando que si se sobreestima el atractivo popular de los clones, no se quebrará en Broadway».

En un espejo ingenuo, Samantha Barks, calzada con las mismas botas altas del cartel de la película, sería un reflejo de la sonriente Julia Roberts. Incluso canta mejor. Pero a la primera Vivian se le ha idealizado tanto en 30 años que hay quien quiere verla como una verdadera Cenicienta.