LUCES DE LA CIUDAD (1930)

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    Titulo original: City lights
    Año: 1930
    Fecha de estreno en España: 04-04-1931
    País: EE.UU.
    Duración: 87 min.
    Dirección: Charles Chaplin
    Guión: Charles Chaplin
    Música:

    Charles Chaplin.
    Temas musicales: «La violetera», de José Padilla.


    Intérpretes

    Charles Chaplin, Virginia Cherrill, Florence Lee, Harry Myers, Al Ernest Garcia, Hank Mann, Jean Carpenter, Jack Alexander, T.S. Alexander, Victor Alexander, Albert Austin, Harry Ayers, Eddie Baker, Henry Bergman, Betty Blair, Marie Cooper, Tom Dempsey, Peter Diego, James Donnelly, Ray Erlenborn, Mrs. Garcia, Milton Gowman, Robert Graves y Charles Hammond.

    Sinopsis

    Mientras intenta evitar a la policía el vagabundo Charlot (Charles Chaplin) es atraído por una florista ciega (Virginia Cherrill), que lo toma por un caballero y se enamora de ella. La generosa ayuda de un millonario excéntrico y borracho (Harry Myers) al que salva del suicidio, junto con su propio esfuerzo cuando ella le falta, le permite mantener el equívoco ante la chica, sufragar sus necesidades e incluso pagarle la operación que ha de devolverle la vista. Pero el millonario ni siquiera le recuerda cuando esta sobrio y Charlot es acusado de robarle el dinero al millonario y es detenido. Pasan los meses. Más miserable que nunca, Charlot sale de la cárcel y busca a la muchacha, que ha recobrado la vista y posee ahora una elegante floristería. Charlot la contempla embelesado y ella, entre divertida y compasiva, le ofrece una flor y una limosna. Pero al tocar la mano del vagabundo reconocerá en él a su bienhechor.

    Comentario

    Rodada en pleno auge del cine sonoro, Chaplin se mantuvo fiel a la estética del cine mudo con la que había alcanzado su plenitud y de cuyos recursos expresivos era dueño absoluto. De un clasicismo supremo, esta película renuncia a las escenas deslumbrantes (salvo el combate de boxeo, una especie de ballet cuya función es análoga a la de las entradas bailables con las que Molière cortaba sus comedias), para discurrir, en una gradación excepcionalmente matizada de sentimientos, entre dos secuencias magistrales (ensayadas y filmadas por Chaplin docenas de veces de forma distinta), que bien podrían ser las más perfectas de la historia del cine: el primer encuentro de Charlot con la florista y su reencuentro final.