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Sinopsis
En plena primavera de finales de la década de los 50, en Logroño, el anciano don Fabián Bígaro (Laurentino Rodríguez) se encuentra al borde la muerte. Su familia ya se ha hecho a la idea y sólo aguarda el acta de defunción, después de haberle suministrado varias veces los santos óleos. Su bisnieta, Lolín (Priscila Delgado) de nueve años, necesita que se muera de una vez porque tiene pendiente hacer la primera comunión con un traje digno de una princesa. A su bisnieto, Fabianito,(Airas Bispo), de catorce años, le han prometido el cuarto del bisabuelo en cuanto muera, y es la mejor habitación de la casa. Para su hijo, don Mariano (Carlos Álvarez Novoa), la muerte del padre es un drama, pero que se está desarrollando con una lentitud excesiva. Para la nieta, Luisa (Silvia Marsó) y su marido es un trámite que no termina de suceder desde que hace quince días el médico de la familia dio por desahuciado al patriarca. La tardanza raya en descortesía. Pero don Fabián Bígaro, termina por expirar una mañana y a partir de aquí, los acontecimientos se precipitan. En una ciudad como Logroño el velatorio de un hombre conocido por todos, que detentaba entre otros cargos el de Jefe de Administración Municipal, Medalla al Mérito Agrícola, Hermano Mayor de la Cofradía del Santo Madero y Presidente de Honor del Club Taurino, ha de convertirse necesariamente en un acto social. Por el piso de la familia desfilarán vecinos, autoridades, destacados miembros de la sociedad local, los empleados de pompas fúnebres, los instaladores del nuevo televisor, algún mendigo especializado en velatorios de gorra y un señor de Bilbao, que por una serie de azares termina penando un mal de amores como invitado de honor. El velatorio es también el momento de la reunión familiar y la desheredada nieta Clarita (Blanca Romero) vuelve al hogar para una reconciliación algo forzada. Hace años que sus amores con un afilador de Orense causaron su deshonrosa expulsión de una familia tan decente y su vuelta ahora, después de algunos años, junto al marido afilador (y pobre como las ratas) es razón para que algunos miembros del clan familiar no terminen de verla con buenos ojos. La belleza de Clara ha sido siempre un rayo de luz en una familia más bien tirando a pacata y poco carnal. Pero a quien todos esperan es al alcalde, que no termina de llegar, para desesperación de la familia, que anhela un funeral de altura. Ese piso se convertirá en un microcosmos durante el día del velatorio. Una metáfora de un país y de una época donde el muerto termina por ser sólo un invitado más, en absoluto el más relevante, al gran espectáculo de la muerte; espectáculo que se viene ofreciendo a lo largo de los tiempos con parecido éxito en todos los lugares del mundo.