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Sinopsis
Ha pasado poco tiempo desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Un hombre aparece sentado en la playa del glamoroso Montecarlo, el paraíso del juego. Es Salomon Sorowitsch (Karl Markovics), de 45 años, que lleva un traje gastado y raído, pero tiene una maleta llena de dinero. Podemos ver un número de un campo de concentración tatuado en su brazo. Berlin, 1936. Sorowitsch, el rey de los falsificadores, se mueve en un mundo de estafadores, gigolós y mujeres fáciles. Para él, la vida es un juego para el que se necesita dinero, y el dinero que necesita, se lo imprime él mismo. Con gran pragmatismo y mayor creatividad, se apaña para mantenerse en el lado optimista y seguro de la vida. Aunque a lo mejor sólo lo parece… ya que la sonrisa de la adorable Aglaia (Marie Bäumer) le retiene en Berlín una noche más de la cuenta. La mañana siguiente es arrestado por el Inspector Grete Herzog (Hille Beseler). Al igual que muchos otros «delincuentes profesionales,» Sorowitsch es enviado a un campo de concentración. Pronto se da cuenta de que Mauthausen no es una cárcel al uso. Aquí, los prisioneros son sistemáticamente aniquilados. Siguiendo su instinto de supervivencia y aprovechando sus habilidades artísticas, Sorowitsch se convierte en artista personal de las SS. Posteriormente, es trasladado a Sachsenhausen, donde será recibido por su viejo conocido Herzog, que ha sido ascendido y ahora dirige un comando secreto especial. En dos barracones rigurosamente aislados del resto del campo, se va a producir dinero falso a gran escala. Los nazis necesitan dinero en efectivo. Habida cuenta de la situación en el campo, las condiciones en la denominada «Jaula de oro » son casi idílicas: talleres limpios y bien organizados con música ambiental, camas mullidas, buena comida… Herzog quiere motivar a sus hombres tratándolos bien para conseguir el máximo rendimiento de los expertos que tan cuidadosamente ha seleccionado. Hay una cosa clara, sin embargo: si el trabajo no culmina en éxito, los trabajadores serán enviados a la cámara de gas. Sorowitsch y sus compañeros presos sólo viven los horrores del campo de concentración de forma indirecta, como cuando encuentran las tarjetas con los nombres de los judíos que han sido gaseados en los bonitos trajes que les permiten usar. Y tras las planchas de madera, escuchan los gritos de los torturados. Sorowitsch hace lo que siempre ha hecho: mirar hacia otro lado cuando no es posible cambiar nada. Gracias a su destreza, consigue producir billetes perfectos de libras esterlinas. Herzog está muy satisfecho y ofrece a sus falsificadores una recompensa: ¡una mesa de ping-pong! Pero Adolf Burger (August Diehl), amigo de Sorowitsch, se da cuenta que está ayudando a que los nazis ganen la guerra y empieza a sabotear el trabajo. Pronto, el idealismo empieza a chocar con el pragmatismo. Por un lado está Sorowitsch con su política de pequeños y oportunos pasos para ir sobreviviendo día a día, y también para conseguir una medicina que salve la vida a Kolya Karloff (Sebastian Urzendowsky), que sufre de tuberculosis. Por el otro lado está Burger, con sus constantes sabotajes y sus planes secretos de revuelta. Cuando Kolya es asesinado por un vigilante de un tiro en la cabeza, Sorowitsch se da cuenta de que su intento de llegar a un acuerdo con el demonio ha fracasado. El fin de la guerra salva las vidas de los prisioneros falsificadores. De la noche a la mañana, los nazis desaparecen del campo de concentración. Las puertas hacia la libertad están abiertas, pero llevan a los privilegiados prisioneros del taller de reprografía hacia la pesadilla del resto del campo. Los otros supervivientes apenas pueden comprender que estas personas bien vestidas y nutridas son prisioneros como ellos. Finalmente, Sorowitsch se ve forzado a mirar, aunque, o quizá precisamente por ello, todo haya acabado. Lo que ve son víctimas famélicas y torturadas apenas reconocibles como seres humanos, que caminan sin rumbo entre montañas de cadáveres. Montecarlo. Sorowitsch toma su asiento en la mesa de juego una última vez. Pierde intencionadamente todo su dinero falso y va a sentarse en la playa, como en el principio.¿Has tenido mala suerte?, le pregunta su prostituta francesa de lujo. Y Sorowitsch sonríe.