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Sinopsis
Desde noviembre de 1936 hasta septiembre de 1939, lo más selecto del patrimonio artístico español, acumulado a lo largo de centurias, experimentó los azares que le impuso la guerra civil. Tras unos primeros días en que los grupos de incontrolados se ensañaron contra toda clase de objetos artísticos, especialmente los de carácter religioso, el gobierno republicano se impuso sinceramente la tarea de proteger y salvar a toda costa los bienes culturales de la nación. Se creó para ello la Junta de Defensa del Tesoro Artístico, que, presidida durante toda su existencia por el pintor extremeño Timoteo Pérez Rubio, asumió la ingente tarea que se le asignaba. Cuando, en noviembre de 1936 las tropas nacionales llegaron a las puertas de la capital y comenzaron los bombardeos sobre la ciudad, el gobierno decidió abandonar Madrid y trasladarse a Valencia. Por resolución del Consejo de Ministros, el Tesoro Nacional debía de acompañar en lo sucesivo al gobierno allá donde éste se desplazara. A este fin, se procedió a embalar los cuadros en cajas individuales especialmente fabricadas para contenerlos, y enviarlos a Valencia en pequeñas expediciones. En las Torres de Serranos se montó una instalación modélica, provista incluso de un eficiente sistema de aire acondicionado, que fue estudiada y admirada por técnicos internacionales. Algunos de ellos declararon que, a su juicio, nunca antes habían estado las obras de arte españolas en mejores condiciones de conservación. Los avances del ejército de Franco, que amenazaban con partir en dos la zona republicana, aconsejaron la marcha del gobierno a Barcelona, y, por lo tanto, también la del Tesoro. Las piezas fueron distribuidas entre el Palacio de Perelada, sede del Presidente de la República, el castillo de Figueras y una mina de talco situada en las inmediaciones de la frontera francesa, en La Vajol. Después, impulsado secretamente por el muralista catalán José María Sert, que era un agente del gobierno de Burgos, se constituyó un denominado Comité internacional para el Salvamento del Tesoro Español del que formaban parte destacadas personalidades culturales internacionales, sin representación italiana ni alemana. Este Comité, se ofreció a custodiar la conducción de las cajas hasta quedar depositadas en los sótanos del Palacio de la Sociedad de Naciones de Ginebra. En medio de la noche, y acompañados de unos cuantos oficiales de alta graduación, el Ministro de Estado y el propio Presidente de la República, tuvieron que apostarse en la carretera para requisar los camiones necesarios, desalojando de ellos armamento, vituallas e incluso heridos. El 12 de marzo de 1939 salió de Perpignan el tren especial que transportaba las cajas españolas. El eco que tuvo aquél traslado fue mundial. Se calificó como «el mayor tesoro que se había transportado jamás», y los nueve republicanos que los custodiaban fueron saludados como héroes. Las autoridades suizas solicitaron montar una exposición temporal con las mejores piezas. Franco aceptó. La exposición atrajo a una muchedumbre de visitantes a Ginebra y fue descrita como el suceso artístico del siglo. La Segunda Guerra Mundial estalló con los cuadros colgados en la sala de exposiciones. La frontera de Francia se cerró dos días más tarde y la movilización general colapsó su red ferroviaria. Milagrosamente, la intervención de Sert consiguió del Ministro francés Monzie un tren especial que recorrió el territorio francés, sin luces, para prevenir los bombardeos, la noche del 6 de septiembre. Tres días después, el 9 de septiembre de 1939, las cajas volvían a atravesar la puerta del Museo del Prado por donde salieran casi tres años antes. Estaban en buenas condiciones y no faltaba ninguna.