LA FAMILIA SAVAGES

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    Titulo original: The Savages
    Año: 2007
    País: EE.UU.
    Duración: 113 min.
    Dirección: Tamara Jenkins
    Guión: Tamara Jenkins
    Música: Stephen Trask

    Intérpretes

    Laura Linney, Philip Seymour Hoffman, Philip Bosco, Peter Friedman, David Zayas, Gbenga Akinnagbe, Cara Seymour, Tonye Patano, Guy Boyd, Debra Monk, Rosemary Murphy, Hal Blankenship, Joan Jaffe, Laura Palmer, Salem Ludwig, Sandra Daley, Peter Frechette, Jennifer Lim, Kristine Nielsen, Christopher Durham, Maddie Corman, Cynthia Darlow, Carmen Román, Nancy Lenehan, Michael Higgins, Madeline Lee, Tijuana Ricks, Margo Martindale, Erica Berg, Michael Blackson, Sidné Anderson, Patti Karr, John Bolton, Zoe Kazan, Lee R. Sellars, Marianne Weems, Tobin Tyler, Debbi Fuhrman, Lili Liu, Max Jenkins-Goetz, Bob Huff, Elaine Huff y Alyssa Waldrip.

    Premios

    Nominada al Oscar a la Mejor Actriz Principal (Laura Linney) y al Mejor Guión. Nominada al globo de Oro al Mejor Actor de Comedia o Musical (Philip Seymour Hoffman) Película de clausura del Festival Internacional de Las Palmas de Gran Canaria

    Sinopsis

    Lo último que hubieran deseado hacer los hermanos Savage es volver atrás, a su difícil historia familiar. Después de haberse liberado del dominio de su padre, ahora se encuentran firmemente anclados a unas vidas propias, bastante complicadas. Wendy (Laura Linney) es una autora de teatro que se esfuerza por salir adelante, una desocupada que pasa sus días solicitando becas, robando suministros de oficina y quedando con su propio vecino casado. Jon (Philip Seymour Hoffman) es un neurótico profesor de facultad que escribe libros sobre oscuros temas en Buffalo. Luego llega la llamada que le informa de que el padre al que siempre ha temido y evitado, Lenny Savage (Tony Philip Bosco), se consume lentamente a causa de los elementos y sus hijos son los únicos que pueden ayudarlo. Ahora, mientras dejan de lado su ajetreada vida, Wendy y Jon se ven obligados a vivir juntos bajo el mismo techo por primera vez desde su infancia, redescubriendo las excentricidades que les sacaban de quicio. Enfrentados con una agitación total y luchando por la manera en que deben hacerse cargo de los últimos días de su padre, se encuentran confrontados con el significado de la vida adulta, la familia y, lo más sorprendente, lo que significan el uno para el otro.

    Comentario

    La vida (y la muerte) les asalta de sopetón, como siempre, en el momento más inoportuno. Y ahora que vuelven a reunirse los tres, comprueban hasta qué punto son perfectos desconocidos. Aunque no tanto: “...sois los que siempre llegais tarde”, les suelta el padre aún con ganas de empuñar el flagelo. Serán sus últimos coletazos; los últimos días del padre. Y los primeros para John y Wendy (¡un guiño a Peter Pan¡) como adultos, en adelante. Momento difícil, en el que dejarán su cascarón de hermanitos vapuleados para afrontar la vida de forma diferente. Los Savages, por otra parte, son una familia más, una entre millones; ni modélicamente canalla, ni fictíciamente modélica; gente vulgar y corriente que –como cada quien- intenta eludir responsabilidades (“Tu vida es más portátil que la mía”, sacude perversamente el hermano) sin rebasar los límites. Y esa normalidad, universal, ese tono (creíble, por silencioso y nada estridente) le da al relato de Tamara Jenkins toda su fuerza. Eso, y la maravillosa eficacia de un reparto, donde todos a una (desde Philip Bosco, a Philip Seymour Hoffman, o Laura Linney) consiguen una impresionante armonía. Así que “La familia Savages” sabe a calidad, a confidencia fresca, a material de primera mano. Y es lo suficientemente expresiva -y certera- como para sugerirnos sin complejos que la compasión de los hijos ante un padre “repentinamente” anciano no es más que puro pánico (pavor) a su propio futuro. Crecen de golpe y no son ya los niñitos (más o menos resentidos) de un papá que está en el epílogo. Terapia familiar, pues, de la buena; pero no sólo eso: crítica nada complaciente a ese modelo de sociedad rica, infantil y bobalicona, fanática de “lo bonito”, del confort a toda costa, y del guetto también (los viejos, con los viejos, en paraísos artificiales y soleados). Ahí es donde Jenkins entra sin compasión, a saco: ridiculiza la obsesión por compartimentar las vidas; y lo hace apoyándose, además, en una banda sonora, socarrona, absurdamente idílica y llena de perversión, con canciones muy populares, como el conocido “Haeven, I’m in heaven...” o esa cadenciosa estupidez del principio, “No quiero volver a jugar en tu jardín...” interpretada malévolamente por viejos aniñados, patéticos y coloridos. Una broma, por dar en el blanco, definitivamente cruel.