José Muñoz Molleda
Intérpretes
Sinopsis
El infante D. Juan Manuel (Aníbal Vela) cede en matrimonio a su hija Constanza (María Dolores Pradera) al Príncipe D. Pedro (Antonio Vilar), heredero de la Corona de Portugal, en el año 1.336. Acompaña a Dª Constanza, la dama gallega de singular belleza, Inés de Castro (Alicia Palacios). Celebrado el matrimonio del Príncipe, éste advierte la hermosura de Inés, de la que se enamora. Es madrina del único hijo del matrimonio de Constanza y de Pedro. Inés y ya en el banquete que sigue a la ceremonia de acristianarla, Pedro se manifiesta ante la Corte como enamorado de Inés, situación que sorprende la mujer. Pedro e Inés se aman y la Corte, consejeros y nobles, obligan al Rey padre a que separe aquella mujer de su hijo. Este accede y la recluye en un convento contra la voluntad de Pedro. Muere Constanza y Pedro se une a Inés, con quien vive con escándalo público, teniendo tres hijos. Los cortesanos protestan ante el Rey de estos amores y le arrancan sentencia de muerte contra Inés, que ellos mismos cumplimentan. Al conocer Pedro la muerte de Inés, declara la guerra a su padre, a la que pone fin la muerte del Rey en el campo de batalla. Al subir Pedro al Trono, ordena la detención, donde se hallaren de los cortesanos que arrancaron al Rey la sentencia de muerte. Estos son al fin capturados y traídos a su presencia. Ordena su muerte y que les arranquen los corazones, los cuales se le servirán en un banquete al que invita a la Corte. No llega a realizar el acto. Al propio tiempo, comienza a prender en él la idea de que el hijo de Constanza, débil y enfermo, pueda morirse y el Trono carezca de sucesión, ya que los hijos habidos de Inés son bastardos. Convoca a la Corte -que le insta que debe casarse nuevamente- para anunciarle que Portugal tiene ya una Reina. Ha desenterrado el cadáver de Inés, lo sienta en el Trono y la proclama Reina de Portugal, asegurando que se casó con ella en vida, si bien mantuvo el secreto. Obliga a la Corte a desfilar ante el cadáver en un besamanos. Una vez proclamada Reina organiza las honras fúnebres que corresponden a su dignidad Real en un cortejo magno, hasta depositar sus restos en el sepulcro que previamente había ordenado construir para ella en el Monasterio de Alcobaça.