“La voz humana” es un monólogo teatral conmovedor, deslumbrante, hiriente y herido, que Jean Cocteau escribió en 1958, y que dibuja a una mujer sin salida inmersa en un dolor sin fin por el abandono del hombre que fue su pareja “durante cuatro años menos tres días”: “Siempre volviste a casa durante ese tiempo menos en los tres últimos días”. Eduardo Haro Tecglen escribió que no hay mayor dolor que el abandono. Jean Cocteau expresó ese dolor hasta el extremo en “La voz humana”. Amparo Rivelles, en el teatro Lara de Madrid, en 1981, agitó toda la angustia existente en esta obra breve aferrada a un antiguo teléfono color rojo y al cable de ese aparato, que era el único vínculo que le quedaba con el ser amado y perdido para siempre. “La comunicación se ha cortado, pero él volverá a llamar”. Y el actor andaluz Antonio Dechent se atrevió, también en el Teatro Lara de Madrid, en 2014, a interpretar “La voz humana” desde la perspectiva de un hombre como la expresión de la soledad llevada al infinito.

Pedro Almodóvar adora este monólogo, que ya había asomado en dos de sus películas, y ahora estrena “La voz humana” en cine, protagonizado por la actriz londinense Tilda Swinton (Oscar en 2008 por “Michael Clynton”), que logra una interpretación excepcional en un cortometraje fieramente humano que dura 29 minutos. El director ha prescindido de la sumisión existente en la protagonista del texto de Cocteau, y ha logrado una conexión colosal entre el dolor y la palabra de la obra original con el universo almodovariano: con todo lo que aproxima a las mujeres al borde de un ataque de nervios con el descenso a los infiernos de la heroína malherida de Cocteau. En esta versión de Almodóvar el fuego lo devora todo, pero el fuego ofrece la purificación de su furia roja, una puerta de salida hacia un duelo difícil pero no imposible. Jean Cocteau dice en la pieza que el vértigo atrae y a veces empuja al abismo. Almodóvar decide que su personaje se agarre al último clavo ardiendo.

“En una reciente entrevista ha manifestado Tilda Swinton: “El arte sirve para llenar de sentido la experiencia de vivir en soledad; es un auténtico asidero de comprensión y camaradería que siempre nos proporciona consuelo y nos inspira para tener fe en la posibilidad de entender al otro”.

Vi “La voz humana” en un cine del Palacio de Hielo de Madrid. Sólo una pared, detrás de la pantalla, nos separaba del lugar en el que el pasado abril, en los peores días de la pandemia, se hacinaron centenares de ataúdes con cadáveres que murieron en absoluta soledad, sin ningún familiar cerca que los acompañara y llorara. Por eso resultan tan necesarios el cine, el teatro o los libros, porque nos devuelven un dolor en colores que es ficción, pero que nos ayuda a comprender.