Los estragos del confinamiento tenían que ser tratados poco a poco por el teatro. Denise Despeyroux (Montevideo, Uruguay, 1974), autora de piezas perturbadoras, dramaturga casi más conocida e interpretada en el extranjero que en España (vive entre Madrid y París), acaba de estrenar en el madrileño Teatro Quique San Francisco “La omisión del si bemol 3”, una obra diferente, conmovedora, divertidamente amarga o de una amargura divertida, en todo caso inquietante, que realiza con pulcritud difíciles ejercicios para equilibristas entre la comedia y la tragedia. Esta función agita y conduce al espectador a entrar en la oscuridad con una sonrisa fría en los labios. La obra trata a primera vista sobre la educación de un bebé, pero por el subsuelo circulan otros asuntos, como la desigualdad o la tendencia a la uniformidad, con las equivocadas y mediocres ambiciones del ser humano, la ilusa intención de unos padres de convertir a su hijo en un genio, en definitiva en lograr con el bebé lo que ellos no han conseguido, y todo en la atmósfera asfixiante del confinamiento, bajo la amenaza de la pandemia. “Llevamos ya dos semanas de confinamiento y esto va para largo”, se lamenta ingenuamente Miguel, el padre, un profesor de Matemáticas. “El virus no es un enemigo que nos haya declarado la guerra (…) No estamos en guerra”, dirá Clara, la madre, una mujer de origen alemán, durante las numerosas discusiones que la pareja mantiene sobre la pandemia. “Te estás haciendo adicta al enfado”, se lamentará Miguel en otro momento.
Y Jonás, el bebé, cumple cuatro meses, después seis, dejando progresivamente rastros desasosegantes. Primero la insólita facilidad para incorporarse y comerse una cucaracha. Después la terrible forma de devorar una mariposa que ingenuamente le muestran sus padres como algo bonito a admirar. Su fuerza descomunal. Y su horroroso olor. “El niño causa impacto visual y olfativo”, se lamenta Miguel. El destino de Jonás es una jaula para animales salvajes. Cuando la acaban de montar, Clara desliza una frase escalofriante entre los barrotes: “Se está bien aquí dentro, como recogidos, ¿verdad?”.
La obra fija sus cimientos en un texto sólido, bien trazado: de ideas, de humor y de horror. Los intérpretes, Maya Reyes y Antonio Romer, expresan con áspera sutileza la erosión que el conflicto les va causando internamente. Porque un bebé, al que en principio ponían sinfonías de Mozart, se va transformando en un monstruo incontrolable en medio del asfixiante confinamiento. ¿O tal vez Jonás sea el prototipo de un ser superior? Pero Jonás no responde a las sinfonías de Mozart sino a la música de Mecano que le canta su madre. ¿Y si desde el principio le hubieran puesto música infantil? Tal vez se habría evitado el desastre. Pero ya es tarde.
(Publicado por Andalucía Información)