El dramaturgo y cineasta Juan Cavestany conmueve en su nueva obra teatral
«Tres en coma” es una obra teatral notable. Debe quedar claro desde el principio. El montaje reúne interesantes elementos de vanguardia, tanto en el lenguaje como en la puesta en escena. La interpretación resulta excelente, sobria y pegada al suelo. La obra está llena de contenido. Pero ahí se esconde también su principal defecto.
En «Tres en coma”, que se representa en el Teatro del Barrio de Madrid hasta el 7 de septiembre, se trata un exceso de temas: la soledad, la crisis económica, la muerte, la existencia de Dios, los recortes sanitarios, el amor, la bondad/maldad del ser humano… En definitiva, no hay síntesis. Incluso pudiera pensarse que se trata de una de esas piezas primerizas, plagadas de buenas intenciones, escrita por un dramaturgo novel que quiere decirlo todo en su primera obra y con pocas palabras. Pero no es el caso. El autor, y también director de «Tres en coma” es Juan Cavestany, dramaturgo de amplia experiencia -esta temporada ha obtenido en el Centro Dramático Nacional un importante éxito con su versión de «Macbeth», de Shakespeare, convertido en «Los Macbez», y ha sido también director cinematográfico.
«Tres en coma” dice mucho, sí, incluso demasiado, pero lo dice bien, y eso es lo destacable. El espectador sale de ver «Tres en coma” con una sonrisa congelada, con algo de desconcierto y, en todo caso, con la firme convicción de haber presenciado una obra sobre la que tendrá que pensar y repensar, y ahí reside el principal logro de Juan Cavestany y de los extraordinarios intérpretes de esta función: Julián Génisson, Lorena Iglesias y Aaron Rux.
Un hombre de 52 años se lanza contra un coche para cobrar por las heridas que sufra el dinero de un seguro, desesperado tras haber caído en el paro. Queda en coma. Lo atienden una peluquera en prácticas: «Estoy absolutamente sola”, confesará. Y un sacerdote con enorme fortaleza mental y sólidas convicciones religiosas, pero en el que poco a poco aparece la debilidad propia de las buenas personas. El hombre en coma, sorprendentemente, comienza a contar chistes, que se recogen en clave morse, y alcanza un enorme éxito social, que repercute en cuantiosos beneficios económicos para el hospital que lo acoge, azotado por los recortes sanitarios. Pero en un momento determinado cambia los chistes facilones por brillantes greguerías. Eso no gusta al público. Llega el fracaso. La intención de los médicos de desconectarlo de la vida. La soledad. La única vía para él, a quien nadie ha reclamado, y sus dos amigos, el cura y la peluquera, consiste en entrar en coma profundo. Los tres. Mientras en el teatro se canta en vivo una balada de amor.
«Tres en coma” es una pieza tierna y dura, pues. Deliciosa incluso en sus contradicciones dramáticas.