Miguel de Molina fue un genio de la copla. De cuando la copla era una delicada artesanía callejera y nocturna, como un milagro estético y barroco, que nacía del cantante y vivía entre el pueblo. Pero Miguel de Molina fue, sobre todo, un luchador: contra la pobreza de su infancia malagueña, contra las envidias, contra el miedo, contra la marginación. Contra los poderosos. “Yo siempre fui objeto de una gran persecución”, se lamenta. En 1935 llegó a cobrar 5.000 pesetas por cada actuación. Bien pagá. “Bien pagá / si tú eres la bien pagá / porque tus besos cobré / y a mi te supiste dar”. Pero llegó la guerra. “¿Quién me iba a decir que la barbarie se iba a llevar a Lorca?”. Conoció a Federico en el estreno en Barcelona de “Doña Rosita la Soltera”, protagonizada por la gran Margarita Xirgu, compartieron aquella noche vinos y deshoras, y no volvieron a coincidir. Terminó la contienda y siguió trabajando. Pero la atmósfera del país se había envilecido. Desde la platea lo interrumpían: “-¿Cómo se puede ser tan maricón? –Muy fácil, preguntando”. Con ironía y humor sobrellevó las humillaciones. Pero una noche irrumpieron en su camerino el propio Mayalde, jefe de la terrible Dirección General de Seguridad (DGT), y otros dos tipos, todos con gabardina gris. Lo condujeron a un descampado. La paliza fue sanguinaria. “Por rojo y por marica”, bramaban. Le prohibieron actuar en España. “Quien fuera, que estuviera detrás, no me quería ver muerto, me quería ver sufrir”. Se marchó a Argentina, pero allí la prohibición para trabajar llegó por una intriga de la embajada española. Y después, en México, la envidia de los grandes artistas locales, como Mario Moreno «Cantinflas», le impidió actuar. Escribió desesperado a Evita Perón, que se apiadó y le abrió de nuevo las puertas de Argentina. Nunca más regresó a España. “¿Qué si no echo de menos mi país? Pues claro, yo siempre me he sentido en Málaga, en Sevilla, en Sanlúcar…”.
Porque el espectáculo “Miguel de Molina al desnudo” está lleno de Andalucía. Viene de alcanzar un éxito extraordinario en Argentina. Se representa ahora en el Teatro Infanta Isabel de Madrid, y el uno y dos de marzo hará escala en el Teatro Municipal Isabel la Católica de Granada. Ángel Ruiz, en una interpretación colosal, tanto con las palabras como con el cante y el baile, encarna a un Miguel de Molina doliente, agudo, provocador, cercano, simpático y, ya está dicho, luchador. El intérprete pasa la batería, como se decía antes. Inmenso. Actúa en un escenario desnudo, acompañado por el maestro Juan Luis Bago al piano, y por unos hermosísimos juegos de luces que acentúan la poética general de la obra.
Mantuvo Miguel de Molina una fuerte rivalidad con Concha Piquer. Pero él se reivindica aquí: “El primero que cantó «Ojos verdes» fui yo, no la Piquer”. “Ojos verdes,/ verdes como,/ la albahaca./ Verdes como el trigo verde/ y al verde/ verde limón”. Por rojo y por marica, gritaban aquellos tipos mientras le pegaban. “Rosa de La Alhambra”. Amó la libertad. La vida. Y dice: “La palabra libertad es de los afligidos, no de los verdugos, cuiden eso”. Tomemos, sí, buena nota.
(Publicado en Andalucía Información)