Brillante homenaje de la tonadillera Nati Carrillo a Isabel Pantoja en «Hoy quiero confesar», en el teatro Arlequín de Madrid
Nati Carrillo tiene voz, presencia y tronío. Ha estrenado en el teatro Arlequín de Madrid «Hoy quiero confesar”, un homenaje a Isabel Pantoja. Y explica nada más aparecer en el escenario con vestido negro y melenón: «Yo no entro en la vida personal de Isabel Pantoja, ni en lo que haya hecho ni en lo que haya dejado de hacer, pero no se pueden enterrar 25 años de música. Yo homenajeo a la artista”. Y se lanza: «Era mi vida él, mi primavera él, y mi mañana”.
Isabel Pantoja, recuerdo, reapareció en público en 1987 en los estudios Roma de Madrid en una grabación para el programa de Pedro Ruiz que se emitía por TVE la noche de los viernes, tras su largo retiro en negro por el luto lleno de lágrimas por la muerte en el ruedo de Paquirri, su marido. Antes de la grabación convocó un encuentro informal con los periodistas. Vestía pantalones vaqueros y una blusa color butano. Olía a tonadilla urgente, a viuda perfumada y a mujeraza. Lo que contó adquirió una dimensión descomunal, multiplicó la nada por el infinito, pero agarrada a la mano de su madre tenía el aspecto de una mártir con marcha que dejaba atrás para siempre a un marinero de luces desangrado en una enfermería de pueblo. Dijo que su especialidad en la cocina era el «pollo a la Pantoja”. Y que su hijo jugaba mucho a la pelota. Explicó: «Yo creo que ese niño va a ser futbolista”. Pero Paquirrín, reconvertido luego en Kiko Rivera, no ha sido jugador de fútbol, tal vez porque, como dijo el escritor Eduardo Galeano, «yo no fui futbolista porque le pegaba mal al balón con la pierna izquierda; y también porque le pegaba mal con la pierna derecha”.
Antes de pasar a maquillaje, Pedro Ruiz me hizo una confidencia que no he olvidado: ”No sabemos lo que se esconde en esta mujer”. Medité yo mucho entonces sobre el calado de aquellas palabras, sobre esa dolorosa de carne y hueso ataviada de faralaes. Pero ni Pedro Ruiz ni yo imaginábamos el destino final de la Pantoja en medio del revuelo de aquel día en los pasillos de los estudios Roma. La última vez que la vi actuar, a finales de agosto de 2009, en un concierto en El Rocío, ante centenares de personas, la Pantoja ya llevaba escrito su drama, que sumaba a otros dramas de su vida en los requiebros de voz de sus coplas: «Soy un poquito de sal y un poquito de arena”.
Nati Carrillo es mallorquina, buena jinete del «Caballo de Rejoneo” y defiende su arte a golpe de talento y cadera. «Yo no soy Isabel Pantoja, yo soy Nati Carrillo; Isabel ya ha hecho su carrera y yo estoy empezando”, explica, y suena la música: «Por si hay una pregunta en el aire/ Por si hay alguna duda sobre mi/ Hoy quiero confesarme/ Hoy que me sobra el tiempo/Voy a contarles cómo soy”. Natí Carrillo tiene rabia, tiene cuerpo, tiene voz, y con esas armas se enfrenta al público de Madrid, ante el que debutaba. «Ese barco velero cargado de sueños cruzó la bahía…”, esas estrofas llenas de poesía amarga, de urgencia sexual escondida, y de amores perdidos, de dolor y deseo, que Manuel Alejandro, José Luis Perales y Juan Gabriel, escribieron para Isabel Pantoja, ahora Nati Carrillo las eleva a los altares laicos de los escenarios y la niña Isabel tal vez los taraé en voz baja en su celda donde los versos se llenan de mugre. «El fuego está encendido, la hoguera arde”, canta Nati Carrillo, y enciende el escenario de copla y mujer, esa hoguera de arte a la que niña Isabel cambió un mal día por la hoguera de las vanidades. La función del estreno fue un gran éxito. Nati Carrillo recibió el aplauso de un público entregado.