Escrita y dirigida por Pablo Rosal e interpretada por Malena Alterio y Luis Bermejo, «Los que hablan» regresa al madrileño Teatro del Barrio los días 7, 8 y 11 de diciembre. La función se estrenó en este mismo Teatro en 2020 con un éxito sin precedentes, para pasar después al Teatro de la Abadía y realizar una gira por España. Ahora, en su despedida regresa al escenario que la vio nacer.

En una época en la que la palabra sencillamente ha perdido su integridad y su acción podríamos plantearnos, con la suma irresponsabilidad de que es bandera nuestro utilizado presente, participar de esta barbarie, de este aquelarre, de esta, como aquella, quema de libros, y bien cargados de cinismo, oportunismo y cualquier otro ardid, perpetrar más entretenimiento para el gozo de la desventurada civilización. Pero en un gesto ignoto, siempre hacia lo desconocido, nos proponemos con una audacia extemporánea permitir que lo divino de la palabra renazca en nuestras vidas forzadas a no creer.

Resignificar la palabra con una inocencia nacida en el siglo XXI, a eso nos disponemos. No es lo humano lo que nos puede sanar, necesitamos una instancia externa, más allá de nuestra viciada inteligencia, que actúe sobre nosotros; y eso depende de nuestra fe, de nuestra capacidad de dejarnos hacer ahora, que nos creemos dueños del acontecer.

“Los que hablan” pretende reencontrar, borradas todas las pistas, la experiencia del personaje originario del escenario, la experiencia animal del primer hablante. El molde, el maniquí. Presentar ante el espectador seres pre-culturales, siempre frágiles, en la cuerda floja, nunca acabados, antes de conseguir ser alguien. Mostrar al ser humano suspendido, tembloroso. Desposeerlo de esta absurda seguridad que ha obtenido desesperadamente y presenciar gloriosamente sus probaturas, sus honestos fracasos.

Darnos el gusto de observar con ternura todo lo que el ser humano ha añadido al alma, por interés del ego. Este es el sacrificio que propone nuestra obra.

No es la novedad lo que ansía este espectáculo, sino devolvernos la elementalidad, congregar a los espectadores en un gran e íntimo ‘No sé’. He aquí su apuesta artística: su ética. No podemos vanagloriarnos de que lo que se necesita hoy día es hacer menos si lo hacemos a través de una historia y un discurso, que no deja de añadir, de ser la forma victoriosa de nuestro tiempo. Se trata de un espectáculo de verdadera renuncia al drama. Se trata de comprender realmente lo que el silencio es. Dejar morir la palabrería y encontrarnos al fondo, todos, callados.