“Los que hablan” es una obra extraña, extraordinaria, distinta y vanguardista de Pablo Rosal (Barcelona 1983), que requiere de dos grandes intérpretes para su puesta en escena: Malena Alterio y Luis Bermejo lo son. Ambos, con sólo dos sillas y una m yhablan, crean constantemente situaciones de un absurdo mudo o parlanchín, reflejan la incomunicación, y quizás, en parte, el miedo eterno al folio en blanco de cualquier dramaturgo o escritor,o bucean a gritos por las viejas y siempre actuales vanguardias. “Los que hablan” consiste en lo que Haro Tecglen consideraba como buen teatro: Palabra y actor. Así de sencillo. Así de complejo. Se trata de un texto sólido, cosidísimo, impecable, aunque intente dar la apariencia de inacabado, con unos personajes dibujados esmeradamente con un pincel suave, aunque sin punto y seguido, siempre con puntos suspensivos, personajes que aparecen y desaparecen, como los que no consiguen entablar una conversación, los que se enamoran, los que destripan la estructura interna de un avión, y el que duda en la tienda (“o un huevo o dos; o un huevo o dos”). Es la música del absurdo de Jardiel Poncela o del primer Miguel Mihura. Y, a veces, “Los que hablan” recuerda a algún texto de la denominada ‘Generación underground’ de los 70 (Luis Matilla, Jerónimo López Mozo, Ángel García Pintado), obras que leí pero no vi representadas, porque aquel teatro español se quedó en el cajón de la censura franquista, primero, y de la incomprensión de unos y otros después, ya en la democracia.
Pablo Rosal atraviesa un sensacional momento. Su obra “Asesinato de un fotógrafo” estuvo con éxito hasta el 23 de abril en el Teatro de La Abadía. El monólogo “Castroponce” se representa ahora en el madrileño Teatro del Barrio, al igual que “Los que hablan”, obra revelación en 2020, cuando se estrenó, y que ha seguido viva, de teatro en teatro, desde entonces. Y Luis Bermejo hace doblete con “Los que hablan” y con su papel estelar en “Los santos inocentes”.
Porque Pablo Rosal logra en “Los que hablan” otorgar a lo cotidiano la dignidad de lo desconocido. Retuerce las frases hechas hasta ubicarlas en un ámbito que no les corresponde, y aparecen como nuevas. La obra empieza con dos tímidos personajes que se asoman al escenario silenciosamente hasta que uno dice: “¿A ti te parece bien?”. Largo silencio. Y se arrancan con sonidos guturales ante la imposibilidad de articular palabra. Ese inicio marca el tono de la obra. El público ríe mucho y sonríe siempre. Y casi al final: “-No me salen las palabras. -A mi tampoco”. Pero esta hermosísima obra está llena de palabras.