“Livianas provincianas: Es mi hombre” es un espectáculo refrescante, luminoso y risueño, moderadamente picarón, sobre el cuplé, con más juego que nostalgia, e interpretado de manera acertada y simpática por dos excelentes actrices, Irene Doher y Paloma García Consuegra al ritmo de “La chica del 17”, sí, aquella de “la Plazuela del Tribulete”, que Lilián de Celis se preguntaba que “de dónde saca «pa» tanto como destaca”, en un LP (entonces se llamaba así) que a finales de los 70 estuvo entre los más vendidos en una tienda de discos que había en la Glorieta de Cuatro Caminos (aunque nada de esto, claro, se cuenta en el espectáculo). La función, en los Teatros Luchana de Madrid, evoluciona decididamente hacia lo sexi, pero siempre dentro de lo ahora políticamente correcto. Porque las cupletistas de «cuando entonces» (Umbral) intentaban permanentemente romper fronteras (de la censura, de las costumbres) en base a la insinuación contenida en las letras de las canciones, siempre con doble significado, y de las contorsiones del muslamen con liguero rojo. Recuerdo a Lita Claver «La Maña», intrépida intérprete, intelectual de la vida y de la experiencia, que se convirtió en la estrella del Molino Rojo de Barcelona y en los 90 recorrió con enorme éxito los teatros de España, con un espectáculo a golpe de pecho en el que se sentaba en la platea sobre las rodillas de algún espectador acompañado por su mujer y decía: “Ea señora, yo ya he puesto a su marido, ahora usted lo remata en casa”.
Alguna de aquellas cosas de otros tiempos recordé viendo a la Berta y a la Reme, «Livianas provincianas», dos modistillas que llegan a una pensión de Madrid, no logran vender nada, ni trajes, ni vestidos, ni bañadores, y prueban con un espectáculo de cuplé para ganarse la vida. Una de ellas asegura aborrecer las verbenas, pero en realidad es dolor, porque en una lejana verbena conoció a su marido, el hombre de su vida, un tipo que se acercó “con sus ojos eléctricos” y le dijo: “Moza, ¿te apetezco?”. Y le apeteció. Pero aquel hombre le pegaba, y ella tuvo que huir de las palizas a París, y ahora asegura que murió en un accidente, pero el tipo frecuenta las tabernas y la anda buscando. Y la otra dijo “no” en el mismo altar el día de su boda, cuando reflexionó sobre la “autoridad” que el matrimonio concedía al marido.
Y afirman: “El cuplé no está demodé, siempre vuelve”. Y recuerdan cuando “el cuplé era el pop” de la época. Le toman las medidas a una espectadora voluntaria: “A ver cuánto mide de tetilla a tetilla”. El eterno cuplé. Maravillosas la Berta y la Reme. “Y ven, y ven, y ven, chiquillo vente conmigo”