Si uno quiere aprender màs sobre las estafas que tienen lugar en la Bulgaria actual y las trampas operadas a través de Internet y la telefonía, debe ver la película «Utotcite na Blaga» («Las lecciones de Blaga»), de Stephan Komandarev, con la que cierra su trilogía social sobre la decadencia de su país, su película más valiente y menos esperanzadora hasta la fecha.

Comienza con una profesora jubilada, Blaga, una septuagenaria que acaba de perder a su marido, y que negocia el precio del entierro con un insulso funcionario del cementerio. Cuantos más minutos pasan, más sube el precio, pero la anciana està decidida a juntar lo necesario para honrar los últimos deseos de su marido.

De vuelta a casa, junta el dinero y lo mete en un sobre. Es un día como muchos otros: tranquilo, gris, triste, que es interrumpido por una llamada telefónica. Es la policia que le pide que le ayude a atrapar a un delincuente que está a punto de subir a robarle: lo quieren atrapar en el acto, y estando apostados en la casa le dicen que ponga el dinero y las pertenencias en una bolsa de plástico. Y tirarlo por la ventana. El mandato es imperativo y la mujer entra en pánico: saca el dinero del entierro, lo tira por la ventana y espera la visita de los agentes. Nadie vendrá. Irá a la policía, pero está claro que la han estafado.

Blaga es una anciana que complementa su exigua pensiòn con algunas clases privadas, tiene una estudiante ucraniana que huyó de la guerra y que está esperando obtener la ciudadanìa búlgara. Experta en Internet, le pide que ponga en la red que busca nuevos estudiantes. Después, teniendo en cuenta que su marido le ha dejado un coche, se ofrece a hacer entregas a domicilio, declarando sin embargo que tiene cuarenta años. Harà un par de entregas, cada una de las cuales recibirà 400 Lev, frente a su pensión bloqueada en 560 Lev. Es evidente que está al servicio de los estafadores. También corre el riesgo de ser descubierta por un chico que mira por la ventana. Tras una atrevida entrega, decide quedarse con todo el dinero y no colaborar màs.

El final es dramático: su alumna pagará el precio, y ella tendrá que cambiar de residencia. El director Stephan Komandarev, que en películas anteriores ya había descrito las promesas de los gobiernos poscomunistas y la falta de apoyo a los ancianos y a las clases más débiles búlgaras, aquí se dirige a una clase a menudo habitual en el cine búlgaro, los profesores, y destaca las trampas diarias para los ancianos, que van desde el engaño para obtener un espacio en el cementerio, hasta las estafas que se pueden hacer incluso desde el extranjero. Sin dar peso a cierto ingenio y a un tono a veces didáctico, estamos hablando de una de las mejores pelìculas a competición.

Renzo Fegatelli