Una larga cola de público, hasta llenar después completamente la sala, se formó el pasado sábado 21 ante la puerta del madrileño teatro Nave 73 para ver a Alberto Velasco. «Sweet Dreams» es un espectáculo extraño, extravagante, inexplicable, triste, alegre y, en todo caso, distinto. Alberto Velasco, dramaturgo, actor, bailarín y director teatral, en este monólogo canta, baila, reflexiona mucho en voz alta y, al impartir una clase de cocina sobre un helado, sobre las mezclas que se deben hacer y demás, en realidad está dando las claves secretas de su teatro. Que consiste en una mezcla con una fuerte dosis de tradición española y del mejor teatro europeo, una capa de realismo sucio, de oscuridad que brilla, y una enorme pátina de poesía que se hace invisible pero lo recubre todo. Alberto Velasco cultiva una estética de lo feo, de lo sórdido, que, sin embargo, es tremendamente hermosa.

«Sweet Dreams» es, sobre todo, una obra sobre la soledad y una llamada a la autoestima. Porque ya es hora de que las canciones dejen de hablar de ti: que hablen de mí. «Amar tanto para morir tan solo», se dice. Y también: «Es vivir lo que te liquida». O: «¿Qué buscamos?: Amor». Casi al final hay un emotivo homenaje a Doña Rosita la soltera, sin citarla, quizás uno de los personajes que más amaron y más solos acabaron en la historia del teatro. O a esa Nora, de Ibsen, que da el portazo en busca de una incierta libertad. «¿Me parezco algo a lo que yo soñaba de mi mismo?», se pregunta Velasco. Y lo hace ante un público completamente entregado, que termina formulándose las mismas preguntas que él. Alberto Velasco concluye bailando con arte y con furia. Teatro furioso. Y afirma: «No hay cosa más viva que un recuerdo». Poesía furiosa, ya está dicho.