Este jueves ha sido el día de la producción franco belga «La isla roja», dirigida por Robin Campillo, una mirada a Madagascar en los primeros años 70, cuando la isla estaba a punto de dejar de ser una colonia francesa. Una película, correcta pero previsible: «La isla roja» nos sitúa en Madagascar a principios de los 70, en una de las últimas bases aéreas del ejército francés, donde las familias de los militares viven los últimos coletazos del colonialismo. Thomas, un niño de 10 años muy influenciado por la lectura de los relatos de la intrépida heroína Fantômette, observa con fascinación todo cuanto le rodea, mientras el mundo se abre gradualmente a otra realidad. En la película, en la que el español Quim Gutiérrez interpreta a un destacado paracaidista francés, habla del final del paraíso, narrada de forma exquisita apoyada en una hermosa fotografía. En lugar de abordar el tema de frente sumergiéndose en Madagascar a principios de la década de 1970, aproximadamente una década después de la independencia de la isla, el director ha optado por recopilar fragmentos de memoria militar y personal, unirlos y unirlos para crear una original refinada estructura basada en los ojos de un niño de ocho años, que observa sigilosamente su entorno y capta fragmentos de la realidad con una sensibilidad potenciada por la imaginación.

La mirada limpia del niño que empieza a descubrir que todos los adultos son personas enmascaradas, como la heroína de sus cómics. Todos esconden algo. La dominación francesa en Madagascar ya había culminado, pero las prácticas de dominación del colonialismo seguían como un fantasma. Es el fin de la patria y es el fin del patriarcado, con esa madre sumisa que empieza a darse cuenta de que también puede decidir. «El postcolonialismo sigue como una cosa fantasma, una parte de la población y de los políticos siguen percibiendo así a muchos inmigrantes hoy», ha reflexionado el director sobre esta historia y sus ecos en el presente, en la que lo único que desentona son los fragmentos de Fantômette, la heroína en la mente del niño protagonista, no excesivamente bien engarzados en la trama del filme.

También en competición, una simpática película taiwanesa dirigida por Tzu-Hui Peng y Ping-Wen Wang, que firman su ópera prima: Un anciano con cojera, Khim-Hok, ha dependido de su esposa a lo largo de los años. Viven en una vieja casa en la periferia urbana de Taipei. Tras la repentina muerte de su mujer, Khim-Hok la coloca en un viejo congelador y continúa viviendo una vida aparentemente tranquila. Pero su hijo, del que estaba distanciado desde hace mucho tiempo, y su nueva pareja aparecen de repente, por lo que finalmente Khim-Hok debe afrontar la muerte de su esposa. Lo mejor del filme está en su sencillez y falta de ambiciones; es una película de gran belleza plástica.