Muchos de los niños y adolescentes que leyeron fascinados «La vuelta al mundo en 80 días», de Julio Verne, pasados los años tal vez leerían «La vuelta al día en 80 mundos», de Julio Cortázar, y hayan amado para siempre los libros. Los niños que vean obras teatrales como «La vuelta al mundo en 80 días», versión de la novela de Julio Verne, quizás algún día sean buenos aficionados al teatro. La sala San Pol de Madrid contribuye desde hace 40 años a ello.

El mayor logro de esta «Vuelta al mundo…» consiste en recrear fielmente una atmósfera, la del libro de Julio Verne, en que la esencia de aquella novela esté permanentemente sobre el escenario. A Phileas Fogg, el adinerado caballero londinense obsesionado con la puntualidad y la exactitud, y a su mayordomo, el ocurrente y caótico Paspartú, les ocurren mil cosas, atraviesan la aventura a través del globo terráqueo, por la India, Túnez y mil sitios más, enfrentados a culturas muy dispares y con un insistente inspector de Policía pisándoles los talones, porque Fogg es sospechoso de haber saqueado el Banco de Inglaterra antes de partir.

La directora, Ana María Boudeguer, resuelve todo convirtiendo la puesta en escena en un emocionante thriller, con continuas entradas y salidas de los actores por el pasillo de platea, y con proyecciones de imágenes que ayudan a comprender la aceleración de la peripecia. La escenografía es acertada y el vestuario está logradísimo. Y la interpretación tiene un elevado nivel, pero sobresale Víctor Benedé, que compone un mayordomo con las características de lo que antes en el teatro se llamaba un figurón. Su personaje, Paspartú, está obsesionado porque al salir se dejó las luces de casa encendidas, como el protagonista de «Tres habitaciones en Manhattam», la colosal novela de Georges Simenon. Víctor Benedé borda los papeles dramáticos, como el del resignado oficinista gris de «Cuento de Navidad», o estos otros, llenos de histrionismo y sentido del humor, semejante al que interpretó en el teatro Amaya en “La venganza de la Petra”.

Esta versión de «La vuelta al mundo…» está llena de mensajes optimistas: «Mr. Fogg, usted consigue todo lo que se propone…»; «la esperanza es lo último que se pierde». Pero se subraya sobre todo la defensa de la mujer y de sus derechos en un mundo de hombres y concebido para el disfrute de los hombres. En aquellos clubs londinenses, como el «Club Inglés» de la obra, hasta no hace mucho estaba prohibida la entrada de mujeres. Aquí, Phileas Fogg y Paspartú acaban con tan detestable costumbre. Vale la pena, sí, acompañar en su vuelta al mundo a estos entrañables personajes.