EL DIRECTOR HA RECIBIDO EL PREMIO UIMP A LA CINEMATOGRAFÍA POR UNA TRAYECTORIA QUE HA ENRIQUECIDO EL PATRIMONIO FÍLMICO

El director de cine José Luis Borau ha recibido este lunes el Premio de la Universidad Menéndez Pelayo de Santander a la Cinematografía. Borau ha reivindicado el cine como un oficio «arduo, propio de gente enloquecida, sin perspectiva, ni sentido común ni prudencia», según sus palabras.

El premio UIMP a la Cinematografía se entrega a personalidades de la interpretación, la dirección, la realización, la producción, la técnica y el guión cinematográfico cuya trayectoria profesional haya enriquecido el patrimonio fílmico, circunstancia que el Consejo de Gobierno de la institución académica considera que se da de manera «muy destacada» en la figura de José Luis Borau, quien fue galardonado con el premio Nacional de Cinematografía en el año 2002.
En palabras de José Luis Borau, «el cine es un camino maravilloso, pero arduo, difícil, y a veces enojoso, y de hecho rodar es fracasar». Borau ha confesado a los presentes en el acto que se siente «feliz» porque ha tenido la «inmensa suerte» de hacer siempre lo que ha querido en el mundo del cine. «He trabajado en lo que me gustaba, he hecho las películas como me ha dado la gana», ha manifestado, indicando que ha sido así pese a que había ocasiones en que «el primer día de rodaje, cuando se iluminaba el decorado, ya veías que eso iba a ser un fracaso». Para Borau, «no hay profesión que me guste más que la mía. No creo que haya oficio mejor, te sientes Dios», ha expresado, admitiendo que «a la larga» y pese a las dificultades y errores, y a haber «sufrido como el que más», al final, «eso es lo que te hace feliz».
La laudatio ha corrido a cargo de su amigo, el director cántabro Mario Camus, quien ha evocado, relatando a modo de secuencias cinematográficas, los momentos que ha compartido con el director de «Furtivos», desde los inicios de ambos en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid, que posteriormente se convertía en la Escuela Oficial de Cinematografía. Fue una época en la que esta generación de jóvenes cineastas se dedicaba a «hacer guardia» ante la «fortaleza», como veían a la escuela de cine, un lugar en el que a los profesores les importaban «un pimiento» y todos los días se proyectaba una película, la misma.