Isabel Coixet ha estrenado dentro de las proyeccuiobes especiales del Festival de San Sebastián, «El techo amarillo», que cuenta como en 2018 un grupo de nueve mujeres presentaron una denuncia contra dos de sus profesores del Aula de Teatro de Lleida por abusos sexuales ocurridos entre los años 2001 y 2008, cuando eran unas adolescentes. Fue demasiado tarde. Por miedo, por vergüenza, porque tardaron mucho tiempo en entender y digerir lo que había pasado, la denuncia llegó cuando el caso ya había prescrito y se archivó. Lo que no sabían es que a pesar de que el caso había prescrito, sus testimonios estaban abriendo una puerta en la que, tal vez, no todo estaba perdido.
Marta, Violeta, Sonia y Miriam tardaron mucho en ser conscientes, de verdad, de lo que les pasó cuando eran adolescentes e iban a clases en el Aula Muncial de Teatro de Lleida. Su profesor, Antonio Gómez, que llegó a ser director del centro, abusó de ellas cuando tenían entre 14 y 16 años. Lo hizo de forma sibilina, acercándose y convirtiéndose en su amigo, otorgándoles privilegios según dependiera del caso, haciéndolas sentir especiales para finalmente aprovecharse de su inocencia y ejercer todo tipo de conductas sexuales delictivas de la más diversa índole. Les pasó a ellas y a más de 50 niñas, que se sepa, a lo largo de veinte años. Nadie dijo nada, se impuso la ley del silencio, mucha gente lo sabía, y se permitió que se perpetuara el abuso porque él estaba bien considerado y era respetado en la sociedad y en las instituciones.
La investigación judicial nunca negó la veracidad de los hechos, aunque estos hayan prescrito. Sin embargo, ahora la película servirá para denunciar que los delitos de abusos sexuales a menores prescriben a los diez años, algo «demencial» para la cineasta. «En Estados Unidos y otros países no es así. A mí me parece que hechos así no deberían prescribir, porque las víctimas lo arrastran durante toda su vida. Conozco personas a las que le han pasado cosas terribles de pequeño. Y están ahí, es un dolor que nunca se va y que te marca mal».
Isabel Coixet conoció el caso a través de la prensa y poco después se puso en contacto con las chicas para hacer un documental. Suponía dar un paso más allá para ellas y la exposición les daba miedo. Pero lo tuvieron claro desde el principio, sobre todo porque la directora quería evitar cualquier tipo de morbo. “Hay muchas formas de contar una verdad, de enfocarla, pero desde el principio Isabel nos hizo sentir cómodas”, cuenta Miriam. “Sobre todo porque siempre se pone el foco en la víctima y no en el abusador, y aquí de lo que se trataba era precisamente de lo contrario, que la culpa y la vergüenza recayera en él, no en nosotras”.
«El techo amarillo» genera más miedo que cualquier película de terror. Hay un monstruo que es real, ejercía con total impunidad porque se sentían intocable y sus tácticas eran perversas. “Decidí que no quería entrar en detalles, porque era todo realmente aberrante y hubiera sido una mirada sensacionalista que me horripila”, continúa la directora. “Me interesaba más la reconstrucción, cómo habían canalizado el trauma, cómo habían seguido con sus vidas, cómo se atrevieron a hablar, a denunciar, a tomar conciencia sobre lo que les había pasado”.
Coixet comenzó trabajando con las nueve mujeres que habían firmado la denuncia original, pero algunas de ellas no pudieron con la presión y abandonaron la filmación. “Ellas me impresionaron mucho cuando las conocí. Me pareció que tenían ganas de contarse y ha sido un camino muy bonito en el que nos hemos ido acercando”.
La directora se puso en contacto con Vanessa Springora, la autora de «El consentimiento» con la idea de filmarla, pero se dio cuenta de que una figura externa no aportaba nada. También pensó realizar alguna dramatización, pero esa idea quedó descartada. Las protagonistas tenían que ser solo ellas y sus testimonios. Al equipo documentalista de la directora le costó mucho encontrar material porque el Aula de Teatro había borrado de sus archivos el paso de todas las denunciantes, como si nunca hubieran pasado por allí. Pero hay vídeos grabados que testimonian cómo Antonio ejercía como una especie de líder de secta manipulando a sus discípulos como quería.
Después de asistir a toda esa oscuridad, resulta revelador como las protagonistas aportan luz a través de su sinceridad y valentía. La unión hace la fuerza, y ellas han sido muy conscientes de eso. Solo a través del acompañamiento mutuo han salido adelante. “Siempre he cogido el concepto de sororidad con pinzas, pero en este caso yo lo he vivido, lo he sentido a través de ellas. Soy muy guerrillera y aprendo mucho. Pero no había hecho hasta ahora un documental tan compacto y contundente», prosigue Coixet.
Marta, Violeta, Sonia y Miriam esperan que su experiencia y este documental sirva para continuar en el camino de concienciación de la sociedad, para que sea más fácil identificar el abuso en las nuevas generaciones y que no tengan miedo a denunciar, aunque sea un paso tan difícil, porque en la sociedad patriarcal en la que vivimos, lamentablemente las mujeres siguen estando cuestionadas. «Ya que no van a tener justicia, al menos que este documental sirva de justicia poética», afirma Coixet.
Antonio Gómez salió del Aula Municipal de Teatro de Lleida con una indemnización de casi 60.000 euros, no pudo ser juzgado porque sus delitos habían prescrito y se marchó a Brasil, donde continúa enseñando a jóvenes teatro.