El cineasta oscense Carlos Saura ha fallecido a los 91 años. La muerte se ha producido poco después del estreno de su última película, «Las paredes hablan», y apenas 48 horas antes de los Premios Goya, donde será el Goya de Honor de 2023 en reconocimiento a su extraordinaria carrera cinematográfica, una filmografía que roza los 50 títulos, bien nutrida de obras maestras y fundamental en la historia del cine español.

Tras su paso por el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid, Carlos Saura dirigió los cortometrajes «La tarde del domingo», «Cuenca» y «El pequeño río Manzanares». Gracias a su hermano, el pintor Antonio Saura, entró en contacto con Pere Portabella y juntos revolucionaron la historia del cine español en 1959 con su primer largometraje, «Los golfos» (1960), la historia de seis amigos que intentan salir de la marginalidad a través del toreo puede considerarse el punto de partida del Nuevo Cine Español. Fue, además, la primera ocasión en la que Carlos Saura participó en el Festival de Cannes.

«Los golfos» también supuso el primer encontronazo de Saura con la censura, una tensión que se mantendría viva desde su tercera película, «La caza» (1965), premiada en el Festival de Berlín, y a lo largo de sus películas producidas por Elías Querejeta en la siguiente década.

Saura tenía 26 años y ya era profesor en el IIEC. Para su salto al largometraje pensó en su alumno Mario Camus, responsable de futuras obras maestras como «Los santos inocentes». Partieron de unos reportajes de Daniel Sueiro sobre el mercado de Legazpi y desde aquel realismo social construyeron la historia de un grupo de amigos que intenta aupar a uno de ellos a la fama por el toreo. Junto a Pere Portabella como productor, cambiaron la historia cinematográfica española, inauguraron el Nuevo Cine Español y lograron el mayor milagro de todos: proyectar la película en el Festival de Cannes.

«Peppermint frappé» (1967), «Stress-es tres-tres» (1968), «La madriguera» (1969) o «Ana y los lobos» (1970) marcan el comienzo de su relación con Querejeta y con una serie de actores como José Luis López Vázquez o Geraldine Chaplin, con quien mantuvo además una larga relación sentimental.

Además, suponen el nacimiento de un simbolismo cuyas raíces pueden rastrearse en Buñuel, director de quien más ha bebido Carlos Saura. «Encontrar a Buñuel fue una especie de salida. A nivel de que yo podía hacer una serie de cosas que había pensado, porque no era ningún disparate». Saura había tenido a Buñuel en un pequeño personaje de su segundo largometraje, «Llanto por un bandido»

En los años 70, Saura dirigió algunas de sus obras maestras. «La prima Angélica», por ejemplo, película en la que vertió sus recuerdos de infancia. “Supongamos, y es un ejemplo un tanto banal, que si para Proust su infancia es una serie de detalles más o menos poéticos en torno a un ambiente familiar, para mí esos recuerdos son mucho más violentos: es una bomba que cae en mi colegio, y una niña ensangrentada con cristales en la cara”, contaba a Enrique Brasó en su libro monográfico sobre el cineasta.

«La prima Angélica» (1974) hizo historia también por su accidentado estreno. La prensa del movimiento y grupos de ultraderecha cargaron contra la película al correrse la voz de que uno de los personajes tenía un brazo escayolado en alto como en un saludo falangista. Se intentó robar la película del cine Amaya, en Madrid, y se incendió el cine Balmes en Barcelona.

Con «La prima Angélica» y su siguiente película, «Cría cuervos» (1976), protagonizada por Geraldine Chaplin y Ana Torrent, Saura volvió del Festival de Cannes con el Premio Especial del Jurado. Tras «Elisa vida mía» (1977), «Los ojos vendados» (1978) y «Mamá cumple 100 años» (1979), continuación barroca de «Ana y los lobos», Saura dio un volantazo a su carrera dirigiendo el hito del cine quinqui «Deprisa, deprisa» (1981), y consagrándose en las siguientes décadas, con excepciones como «El Dorado» (1988) o «El 7º día» (2002), al cine musical.

Su colaboración con Antonio Gades nos regalaría una trilogía musical española formada por «Bodas de sangre» (1981), «Carmen» (1983), premiada en Cannes, y la ambiciosa «El amor brujo» (1986).

Este giro, que sigue desconcertando a los admiradores de su primera etapa, revela sin embargo la enorme libertad creativa de Carlos Saura. «Me parece que en cada momento he hecho lo que pensaba que podía hacer. Si me planteas el hacia dónde voy… tampoco lo sé. Soy muy intuitivo. Y digo que mi cine avanza a saltos», explicaba a Enrique Brassó.

Este mismo fin de semana llegaba a los cines la última película del cineasta aragonés, el documental «Las paredes hablan», dedicado a la historia del arte pictórico ateniendo a la evolución de su relación con la pared como lienzo.

Deja sin hacer una película sobre la guerra civil en Madrid, «Esa luz», que era demasiado cara de rodar.