El director portugués era el más longevo del mundo, que había empezado a trabajar en la época del cine mudo

El cineasta portugués Manoel de Oliveira ha fallecido esta este jueves 2 de abril a los 106 años de edad en su domicilio en Oporto. Considerado el cineasta más prestigioso de su país y uno de los más longevos del mundo, era uno de los pocos directores vivos en haber vivido la transición del cine mudo al cine sonoro y del cine en blanco y negro al de color.

Con más de 60 producciones a sus espaldas, actores internacionales como John Malkovich, Marcello Mastroianni o Catherine Denueve han estado dirigido por él. Ganador del León de Oro del Festival de Venecia por «El zapato de raso» en 1985 y de una Palma de Oro Especial en Cannes en 2008.

Manoel Cándido Pinto de Oliveira nació muy poco tiempo después de que los hermanos Lumière inventasen el cinematógrafo, el 11 de diciembre de 1908, en el seno de una familia de holgada posición socio-económica en la ciudad portuguesa de Oporto. Estudió con los jesuitas, y desde muy joven manifestó su pasión por el séptimo arte. En los tiempos del cine mudo, Manoel de Oliveira hizo su primera aparición en pantalla como actor en una película de Rino Lupo, cineasta italiano que forma parte de la historia del cine portugués de los años veinte. Continuó interpretando trás haber hecho sus primeras aproximaciones en diferentes actividades técnicas y llegó a obtener un papel relevante en la primera película sonora rodada en Portugal, «A canção de Lisboa», de Cottinelli Telmo. Siendo ya director consumado, es rara la vez que no aparece fugazmente en alguno de sus filmes.

En 1931, dirigió su primer corto, «Douro, faina fluvial», película documental que dejaba patente la influencia que ejercían sobre él directores como Robert Flaherty y los documentales soviéticos. En esta película describía una jornada de trabajo de los pescadores de las riberas del río Duero. En este trabajo ya se revelaba su particular sensibilidad y su espíritu afín a las vanguardias europeas.

Otros documentales son «Já se fabricam automóveis en Portugal» y «Miramar, praia de rosas», ambos de 1938. Su producción fílmica dedicada a la ficción se caracteriza por una marcada teatralidad y una casi constante reflexión acerca de la naturaleza del arte, el espectáculo y la esencia del ser humano.

En 1942 dirigió «Aniki Bobó», interpretada por una pandilla de chicos de las calles de Oporto, film directo, simple, vivo, que supuso un logro excepcional, sobre todo si se tiene en cuenta que fue anterior al neorrealismo italiano. En 1956 dirigió «El pintor y la ciudad», película a partir de la cual su estética y su lenguaje fílmico tomaron un rumbo distinto, minimizando la importancia del montaje y priorizando los planos largos y la puesta en escena más teatral, arropada por diálogos densos y textos muy trabajados, lo que le ha supuesto duras críticas y enemigos de su obra, así como seguidores incondicionales.

La actividad más prolífica de Manoel de Oliveira se produce a partir de finales de los años 70 del siglo XX, cuando una vez desaparecida la dictadura de Oliveira Salazar en su pais, puede mostrarse con toda su libertad creativa. En los últimos 20 años, el cineasta portugués ha dirigido otras tantas películas, a un promedio de una al año. Lo esencial de su obra la ha realizado con más de 60 años, después de la revolución del 25 de abril de 1974.

Convencido de que el cine tiene una finalidad, «pero ésta no es práctica”, indica que los que gobiernan son los políticos, «y el arte se limita a mostrar las consecuencias políticas. El cine sólo persigue mostrar la condición humana, ser un espejo de la vida. El cine es expresión, no es una técnica, y yo, que soy el alumno más antiguo del cine, es ahora cuando estoy aprendiendo algo de este arte”, recalca.

Entre sus películas destacan «Os canibais» (1988), «Nao, o la vanagloria de mandar» (1990), «La divina comedia» (1991), «El valle de Abraham» (1993), «El convento» (1995), «Inquietud» (1998), «La carta» (1999), «Palabra y utopía» (2000), «Regreso a casa» (2001), «El principio de la incertidumbre» (2002), «Una película hablada» (2003), «Espejo mágico» (2005), «Belle Toujours» (2006), «Singularidades de una chica rubia» (2009), «El extraño caso de Angélica» (2010) y un episodio de «Centro histórico» (2012), sobre su Oporto natal, en el que también participaron Aki Kaurismaki, Pedro Costa y el español Víctor Erice. Su última película, el corto «O Velho do Restelo» («El Viejo del Restelo») lo dirigió hace menos de 12 meses.

Oliveira aseguraba no saber de donde saca la fuerza para seguir trabajando «porque, si somos libres, es porque ignoramos las fuerzas ocultas que mandan nuestros actos” y reconocía que ahora iba menos al cine «porque me falta tiempo”.

No le gustaba pronunciarse sobre ningún joven director y sólo habla de Buñuel, aunque antes aclara que «Belle toujours» no era la segunda parte de «Belle de jour». «Alguien se inventó esa historia que me molestó mucho. No conocí a Buñuel porque un amigo mío que iba a encontrarse con él me dijo que estaba sordo y que como yo no hablaba español… Conoció la naturaleza humana y tuvo la peor impresión de ella. Aparcó la ética y la moral y exploró los instintos, el interior, y así descubrió el surrealismo. No le gustaban las mujeres, era muy disciplinado y no toleraba la impuntualidad. Decía que no creía en Dios, pero su obra denota una profunda creencia en un misterio que, en mi opinión, era Dios”, ha explicado alguna vez.

Oliveira no escatimó nunca duras críticas al medio televisivo. «Los griegos hacían arte para educar a la gente, mientras que la televisión emite cosas banales, sin ética ni moral. Después, los que ven televisión van a votar en unas condiciones… Así no se puede construir una verdadera democracia”.

Con más un siglo de vida, Manoel de Oliveira ha sido el patriarca del cine mundial. Ha muerto en activo dirigiendo, al menos, una película por año. Ha recibido premios en Cannes (una Palma de Oro honorífica), Venecia y en los principales festivales de todo el mundo. En noviembre del 2014, recibió la insignia de la Legión de Oro francesa por el embajador de Francia en Portugal, en una ceremonia que tuvo lugar en el Museo de la Fundación Serrvales, situado en Oporto, la ciudad natal del realizador. Manoel de Oliveira se convertía en el cuarto portugués distinguido por Francia como gran oficial de la legión de honor. Los jóvenes le veneraban y los homenajes se han sucedido en sus últimos años de vida, aunque a él lo único que le preocupaba es poder seguir haciendo películas.