Chelo Vivares estrena en el teatro Tribueñe de Madrid un monólogo que homenajea a las intérpretes del siglo XX

«Las Teodoras” es un emotivo monólogo que homenajea a las actrices del siglo XX, a las grandes y, sobre todo, a las que desarrollaron su carrera casi en el anonimato, entre largas giras llenas de frío y soledad. La obra, escrita por Hugo Pérez de la Pica y protagonizada por Chelo Vivares, se ha estrenado en el teatro Tribueñe de Madrid.

«Sevilla tiene la Giralda, pero Cuenca tiene lo suyo. Cuenca es la Siberia de los cómicos, el lobo feroz de los inviernos, el destierro de la esperanza”, se dice en «Las Teodoras”. Y la protagonista también afirma: «A la noche, pensión sin nombre; llamémoslo mejor fonda de mala muerte”. Y recuerda que en aquella pensión, muerta de frío, incluso dudaba en apagar la luz, «por si la bombilla daba algo de calor”. El autor, Hugo Pérez de la Pica, ha extraído las peripecias y anécdotas que se cuentan en el monólogo de las interminables conversaciones que mantuvo durante años con Criste Miñana, actriz de mediados del siglo XX. Y el monólogo lo interpreta una actriz entrañable y veterana, Chelo Vivares, y lo hace de corazón, con una entrega absoluta, a veces conmovedora, porque la obra está construida a partir de de los recuerdos de su madre, pero también contiene algunos fragmentos y perfiles de su propia vida. Como en ese pasaje del monólogo en el que una actriz sufre un momento de asfixia dentro de un muñeco al que ella da vida por televisión. Porque Chelo Vivares fue Espinete a mediados de los 80, «aquel muñeco extraño y mágico”, de color rosa, que habitaba feliz en Barrio Sésamo. Y en ese momento aparece fugaz la voz de Espinete, porque Chelo Vivares siempre se ha negado a reproducir la voz de aquel muñeco si no llevaba puesto el disfraz.

Pero hay algo tremendo en esta función: Escuchar la voz poderosa de Chelo Vivares. Una voz que zigzaguea cuando ella quiere, que va de un personaje a otro, llena de matices. La monólogo tiene momentos de dolor, sobre todo cuando aparece el recuerdo de los que se han ido, las ausencias, los vacíos, en definitiva esas heridas incurables que deja poco a poco la vida. Chelo Vivares lo expresa con la voz, ya está dicho, pero también con unos grandes ojos dramáticos en sí mismos. «Tenía que huir, pero como todas las cómicas tuve la suerte de huir para dentro”, dice. En esta función no hay nostalgia, hay desgarro; no hay melancolía, hay dolor. Aunque también hay momentos de humor y de ironía. Y todo transcurre por los ojos y por la voz de Chelo Vivares. Cuéntame cómo pasó.