Impactante es el adjetivo que mejor define al cine de William Friedkin. Si algo caracteriza a sus películas, gusten más o menos a entendidos y profanos, es que impresionan en la misma medida que inquietan. Mejores o peores, redondas o irregulares, la mayoría posee algún elemento que permanece para siempre en la memoria del espectador. ¿Quién no recuerda la secuencia de la persecución central de “Contra el imperio de la droga” (1971) o la escena de los vómitos y giros de cabeza de la niña protagonista de “El exorcista” (1973)? Si alguien que ha visto ambos largometrajes se atreve a aseverar que estos dos momentos no han quedado grabados en su retina por los años de los años, miente.
Nadie duda que la carrera de Friedkin ha quedado marcada por dos títulos con los que saltó del anonimato televisivo al estrellato cinematográfico: “Contra el imperio de la droga” y “El exorcista”. Ambos largometrajes le dispensaron el reconocimiento unánime de crítica y público convirtiéndolo en uno de los directores más importantes del Nuevo Cine Americano. “A la caza” (1980) vio la luz casi una década más tarde como corolario de estos imperecederos taquillazos brindándole a su director la oportunidad de retomar, tras varios trabajos de bajo presupuesto que pasaron sin pena ni gloria, el tono realista de aquellas dos películas por las que llegaría a ser considerado uno de los realizadores con más futuro de la industria norteamericana de los 70. Si el primer título resulta impactante en el sentido trepidante de la palabra y el segundo lo es por terrorífico, se podría decir que “A la caza” lo consigue gracias a su capacidad de perturbar al espectador, por su tono inquietante, chocante y por lo escandaloso del tema en el momento de su estreno. “A la caza” destaca, como la gran mayoría de películas de este director, guionista y a veces productor norteamericano, por el impacto que provoca en el espectador.
La película que podría haber sido
Es difícil imaginar un largometraje después de finalizado, interpretado por otros actores o incluso con un director distinto al que lo ha llevado a cabo. A menudo fantaseamos con las caras que podían haber interpretado tal o cual película pero una vez realizada y estrenada, uno no se figura a otros protagonistas que losfinalmente seleccionados para actuar en ella. Que “A la caza” hubiera sido un filme muy diferente con otros intérpretes o bajo la batuta de otro realizador, seguro. ¿Mejor o más exitoso? Nunca lo sabremos.
Tras ganar el Óscar a la Mejor Película por “Contra el imperio de la droga”, su productor Philip D’Antoni tenía en mente al director que había hecho realidad su triunfo, William Friedkin, para adaptar al cine su nuevo proyecto. Habiendo comprado los derechos de “Cruising”, una novela escrita por el periodista del New York Times Gerald Walker sobre un policía encubierto que se ve obligado a recorrer los bares de ambiente gay de Greenwich Village tras la pista de un asesino de homosexuales, quería contar con él para trasladarla a la gran pantalla. Pero Friendkin no aceptó.
D’Antoni decidió entonces contratar a Steven Spielberg, quien con solo 25 años acababa de realizar su primer largometraje, “El diablo sobre ruedas”, para televisión. La propuesta, que hubiera supuesto el salto al cine del director, nunca llegó a materializarse. D’Antoni y Spielberg comenzaron el guion y desarrollaron el proyecto pero no consiguieron que ningún estudio se involucrara. ¿Cómo habría resultado “A la caza” dirigida por Steven Spielberg? El propio Friedkin contestaba irónicamente a esta pregunta: “¡Hubiera habido un tiburón yendo de un lado para otro por el maldito club!”.
Quizás se nos haga difícil pensar en el Rey Midas de Hollywood desarrollando una historia tan sórdida y alejada del estilo que lo caracteriza pero, ¿y Brian De Palma? ¿Su tratamiento hubiera sido más adecuado? Es posible. De Palma también se mostró muy interesado por convertir “Cruising” en un largometraje. Su implicación llegó hasta el punto de escribir un guion con algunos momentos que luego desarrollaría en “Vestida para matar”, estrenada también en 1980 con solo unos meses de diferencia. Pero por mucho que sus productores trataron de adquirir los derechos no consiguieron que de D’Antoni se los traspasase.
Tras años tratando de sacar adelante su nueva aventura, el productor de “Contra el imperio de la droga” tuvo que ver como otros la llevaban a buen puerto casi una década después. Finalmente, sería el también productor Jerry Weintraub, a quien D’Angelo terminó vendiendo los derechos de la novela, quien conseguiría que Friedkin aceptara escribir el guion y ponerse tras la cámara. Si el director no estuvo claro hasta el último momento, el protagonista tampoco. Para Billy Friedkin, la base de un buen intérprete reside en su capacidad intelectual: “Lo primero que busco en un actor es que sea inteligente. No tengo en cuenta sus anteriores trabajos y nunca les hago pruebas, lo importante es que encajen físicamente en el papel y tengan la inteligencia suficiente para saber cómo meterse en el personaje”. Richard Gere fue su primera opción pero, a pesar de mostrarse verdaderamente interesado, la negociación no se cerró. Friedkin opinaba que Gere podía dar una imagen más ambigua, más andrógina que Al Pacino, detalle imprescindible a la hora de otorgar al personaje el punto de verosimilitud que buscaba. Para él, Pacino, sobre todo después de su gran triunfo en los dos primeros padrinos, era la representación de la estrella varonil por excelencia y su ostensible exceso de masculinidad podía no encajar en el papel. Con el paso del tiempo, el realizador reconoció que la interpretación de Pacino había sido perfecta, sobre todo por el matiz de inocencia que aportó al personaje.
Se barajaron más nombres para la película, se dice que en algún momento del proceso Paul Morrissey estuvo a punto de dirigirla con Jeff Bridges en el papel que finalmente interpretaría Pacino. También se ha escrito que Robert de Niro y Roy Scheider rechazaron ser los protagonistas. ¿Quién diría a toro pasado que el neoyorquino de origen italiano Alfredo James Pacino no era el actor más idóneo para el papel del policía Steve Burns o que “A la caza” hubiera ido mejor bajo la batuta de otro director? Lo que a priori hubiera parecido sencillo decidir, todos tenemos nuestras preferencias, nuestro reparto y equipo ideales, resulta más complicado de afirmar a posteriori.
Un viaje por el interior del ser humano
“A la caza” fue duramente criticada y rechazada en su momento por su forma de reflejar ciertos sectores del mundo homosexual de la época. Tachada injustamente de homófoba, la película muestra un universo sórdido y seguramente ajeno a quienes nunca lo han frecuentado pero no por ello inexistente o alejado de la realidad. Un mundillo encubierto y escondido que está a la vuelta de la esquina pero que es deliberadamente ignorado por aquellos que viven y permanecen ajenos a él.
Realista hasta el extremo, si hay algo que la película muestra es el mundo interior de un ser humano que se debate entre las rígidas imposiciones culturales de la sociedad que lo rodea y sus verdaderos sentimientos. Se trata sobre todo de un viaje a través de la mente del protagonista, un hombre que tras inmiscuirse en un ambiente marginal hasta entonces desconocido para él, sufre una crisis de identidad que conlleva una clara desorientación sexual. Con la excusa de una investigación policial como telón de fondo en la que Al Pacino interpreta a Steve Burns, un policía que se hace pasar por homosexual en busca de un asesino en serie que actúa en locales gais, y siguiendo las reglas básicas del thriller, el héroe termina, más que descubriendo a los asesinos, averiguando lo que realmente es.
“A la caza” da muestra de algunas de las características más reconocibles del cine de Friedkin: las contradicciones de los seres humanos y del mundo que les ha tocado vivir, la complejidad de la condición humana, los personajes cargados de dudas tan imperfectos como la propia vida, y las investigaciones que por enrevesadas terminan sin resolverse. Pero no solo eso, en su obsesión por ceñirse a una realidad casi documental, el realizador hace un retrato fidedigno y genuino de la ciudad de Nueva York de la época convirtiéndola en un elemento imprescindible a la hora de contar la historia. Una Nueva York desconocida, sombría, deprimente y por momentos repulsiva que funciona a modo de fiel acompañante, como si de un personaje más se tratara. “Me interesan las historias de personas que normalmente no se ven reflejadas en el cine. Gente que pasa por mucho sufrimiento y situaciones enormemente problemáticas, sobre todo porque me parecen elementos poderosos para el drama. Me gusta mostrar un poco de esperanza al final de la historia pero sin dar una solución concreta, sin llegar a ninguna conclusión”, afirmaba el director. Leal a sus palabras, el desenlace de la película no está claro, tampoco le hace falta, es ambiguo y al igual que le ocurre al propio protagonista, está cargado de incertidumbre. Friedkin deja, de manera claramente intencionada, un montón de preguntas sin resolver en un final abierto que invita a múltiples interpretaciones.
Aunque “A la caza” no es un trabajo ni mucho menos perfecto, consigue lo que pretende: perturbar al espectador, hacerlo partícipe de un submundo escabroso pero al mismo tiempo inquietante en el que, como le ocurre a Steve Burns, el policía sobre el que recae el peso de la historia, más de uno se podría perder. Impregnado de un tono feísta y rotundamente real, su escasez de diálogos y el uso de una cuidada fotografía de textura monocromática con regusto a blanco y negro, le otorgan un acento incómodo con el que Friedkin retrata fielmente la época más siniestra y oscura de los años 70. Un periodo anterior al sida en el que se daba rienda suelta a la promiscuidad y a los placeres más extremos sin prejuicios ni precauciones, donde las mafias ejercían su reinado gracias a la droga y a los locales de dudosa reputación y en el que las grandes ciudades mostraban su cara más violenta y peligrosa.
Rodaje controvertido, estreno fallido
“A la caza” es probablemente la película más controvertida de William Friedkin. Original, atrevida, poco convencional y adelantada a su tiempo, estuvo rodeada de polémica tanto durante el rodaje como en el momento de su estreno. Acusada de fomentar la homofobia incluso por parte de la comunidad gay, muchas voces críticas intentaron evitar que se realizase. Con localizaciones casi todas reales, algunos detractores se movilizaron para boicotearla: día tras día se acercaban al rodaje para manifestarse y arrojaban botellas y latas al equipo, las agresiones estaban a la orden del día. También gritaban eslóganes, hacían ruido con silbatos y bocinas para impedir que se grabara el sonido directo y trataban de estropear la iluminación utilizando espejos u otros instrumentos reflectantes.
Más de 300 policías tuvieron que escoltar al equipo durante el tiempo que duró el rodaje y Friedkin se vio obligado a repetir tomas, volver a grabar el sonido, etcétera. La prensa tampoco ayudó, algunos periodistas y publicaciones llegaron a pedirle al alcalde de la ciudad que prohibiera la filmación. A esto hay que añadir que “A la caza” estuvo a punto de ser clasificada X por sus escenas de sexo. Para que pudiera verse en salas comerciales, el estudio United Artist obligó a Friedkin a eliminar unos 40 minutos de metraje por considerarlos demasiado explícitos. La duración inicial era de 2 horas y 20 pero se remontó varias veces intentando no alterar la trama principal hasta conseguir el resultado que finalmente se vio en los cines de 102 minutos.
Una vez estrenada, los movimientos homosexuales continuaron atacándola intentando evitar que la gente fuera a verla. Alegaban que lanzaba un mensaje anti gay presentando a los homosexuales como asesinos, asesinados o retratándolos únicamente por su obsesión por el sexo y el hedonismo, una imagen distorsionada que nada tiene que ver con la realidad.
Los argumentos de Friedkin estaban claros: “He hecho un largometraje sobre una historia inusual, original, que me interesaba mucho y esperaba interesase también al público. Afortunadamente, gracias a mis conexiones con el mundo que se muestra en la película creo que he conseguido representarlo de la forma más sincera posible sin tomar en ningún momento partido ni por nadie, ni contra nadie. Nunca he tenido intención de posicionarme. No hay valoraciones sobre lo que se muestra ni por mi parte ni por parte de ninguno de los personajes. Tampoco se pretende decir en ningún momento lo que está bien o mal, lo que es moral o no lo es”. Pero ni las críticas fueron buenas ni obtuvo los resultados esperados en taquilla. El revuelo formado a su alrededor no funcionó como
reclamo para el público y “A la caza” pasó sin pena ni gloria.
La realidad siempre supera a la ficción
Friedkin se negó durante años a dirigir la película porque la novela le parecía antigua, desfasada, bastante alejada de la realidad de los bares homosexuales S/M de finales de los 70. Pero hubo tres razones que finalmente lo animaron a realizar la adaptación:
- Una serie de artículos publicados en los periódicos: señalaban la peligrosidad de los recintos homosexuales de cuero (leather bars) y S/M, después de haberse convertido en el escenario de varios asesinatos. Un marco perfecto para un misterio criminal.
- Su colaboración con Randy Jurgensen, un antiguo detective con veinte años de experiencia en la Policía de Nueva York que ya había trabajado de asesor técnico en “Contra el imperio de la droga”: juntos visitaron los auténticos leather bars de la ciudad. Años antes, como policía, Jurgensen vivió una situación prácticamente idéntica a la del protagonista de “A la caza” investigando como infiltrado un crimen en el que dos individuos, haciéndose pasar por policías, asesinaron a varios homosexuales. Friedkin se nutrió de su experiencia para desarrollar la trama.
- Un hecho real que relacionaba “El exorcista” con “A la caza”: en una escena de la primera, aparecían un radiólogo y su asistente examinando el cerebro de la niña, ninguno de los dos era actor. Mientras preparaban la segunda, este ayudante, Paul Bateson, fue arrestado por el asesinato del crítico de la revista “Variety” en Nueva York, Addison Verril. El director se entrevistó con el supuesto asesino, lo que le sirvió como inspiración. ¿Hubiera sido mejor para Friedkin no involucrarse en el proyecto de “A la caza”? ¿Habría tenido un futuro más glorioso? Si “A la caza” significó el comienzo de su declive también es cierto que entre sus dos anteriores éxitos y este trabajo tampoco había conseguido llevar a cabo ningún filme destacable. Más bien da la impresión de que la fama que acompañó a “Contra el imperio de la droga” y el “El exorcista” empañó de alguna forma el porvenir de este director apodado “Huracán Billy”, quien ciertamente comenzó arrasando con la fuerza de un verdadero tifón pero que tras este largometraje no volvería a saborear nunca más los laureles del triunfo.
Anécdotas
- El título original de la película (y de la novela), “Cruising”, es un juego de palabras que por un lado significa patrullar, pero que también se utiliza en los círculos gais para referirse a la búsqueda de encuentros sexuales entre homosexuales en lugares públicos.
- En su investigación para la escritura del guion, Friedkin visitó personalmente los locales de homosexuales más extremos de Nueva York y se dice que acudía ataviado únicamente con un suspensorio.
- El director decidió no contratar a figurantes profesionales sino que todos los extras que aparecen en el local gay S/M son clientes reales que frecuentaban los clubs de homosexuales de la ciudad.
- Karen Allen, que interpreta a Nancy, la mujer del policía, nunca vio el guion antes de rodar. Friedkin pretendía que la actriz se identificase con su personaje sin saber, como le ocurre a la pareja del protagonista, lo quele sucedía a Al Pacino en su exploración del mundo homosexual. La mayor parte de las escenas de la actriz terminaron en la papelera.
- Spielberg conoció a Brian De Palma preparando el proyecto de “A la caza” y así fue como De Palma se interesó por dirigir la película. Se encontraron por casualidad en un hotel de Nueva York en el que De Palma se alojaba con su novia del momento, la actriz Margot Kidder, y juntos se fueron a localizar a saunas y otros locales gais.
- El director de fotografía James A. Contner quiso rodar la película en blanco y negro ya que creía que encajaba mejor con el mundo del sadomasoquismo gay (cuero negro).
- “A la caza” fue nominada a los premios Razzie de 1980 en las categorías de peor película, director y guion. No se llevó ninguno.
- En varias secuencias, Friedkin inserta planos subliminales de verdaderas películas porno gay en las que se ven penetraciones reales.
- El actor James Franco se interesó por la polémica surgida alrededor de “A la caza” y los 40 minutos de metraje que, tras ser eliminados del montaje final, desaparecieron. En 2013, junto al documentalista Travis Mathews, realizó “Interior. Leather bar”, un falso documental que utiliza la película de Friedkin como excusa para explorar el proceso de creación de un largometraje de las características de aquel y mostrar la incomodidad
que produce en equipo y espectadores. Cine dentro del cine que presenta un rodaje en el que los dos directores tratan de recrear las escenas cortadas de “A la caza” preguntándose cómo serían. Un trabajo experimental que ocasionalmente incluye alguna escena de sexo explícito con el que Franco y Mathews buscan normalizar la cultura homosexual.