«The September Issue» y «Cold Souls» presentadas en el Festival francés de cine americano
A lo largo de dos décadas, la británica Anna «nuclear» Wintour (absoluta papisa del universo «fashion») ha dirigido con mano de hierro la influyente revista Vogue. En septiembre de 2007, lanzó el número más denso, enorme y pesado de la historia del periodismo de moda femenino. El documentalista R.J.Cutler tuvo inesperado acceso a las bambalinas de la redacción, desde donde la glacial Wintour decide destinos y vidas, habiendo sido en cine anteriormente la mujer a la que Meryl Streep retrató en «El diablo viste de Prada». Pero Wintour -de 58 bien llevados años, de familia de altos militares y periodistas británicos, de juventud escandalosa, vida amorosa tumultuosa y suma doctora de modas y tendencias- se deja ver en reuniones de trabajo y sin las famosas gafas de sol que constituyen su armadura y hacen temblar a diseñadores (Lagerfeld, Gaultier) y fotógrafos (Mario Testino) de renombre. Diminuta, delgada, elegantemente clásica, chata, con su melenita de flequillo perfecto y apliques de piel en sus trajes, Wintour aparece desarmántemente agradable, coqueta y casi sexy. Pese a «The September Issue» y su humanización cinematográfica, el misterio seguirá persistiendo. La película se estrenará en nuestras pantallas a finales de mes.
A su vez, Paul Giamatti decidió desnudar su alma en «Cold Souls», una mezcla de tragicomedia y metáfora faustiana, dirigida gracias a la contribución del Instituto Sundance de Robert Redford y la dirección de Sophie Barthes. La historia comienza con una aseveración de Descartes, que localiza el alma en un pliegue del cerebro, y sigue a Giamatti en los agónicos ensayos de «Tío Vania». Accidentálmente, lee en la revista intelectual «New Yorker» que los neoyorquinos que no puedan soportar el peso del alma pueden contactar los servicios de una firma que las extrae del cerebro y almacena, como si de un guardamuebles espiritual se tratara. Una vez liberado, convierte al triste Vania en un sátiro priápico, es incapaz de hacerle el amor a su mujer (Emily Watson) y descubre que los servicios del doctor Flintsteiner (David Strathairn, en un trabajo hilarante lejos de sus graves registros), el guarda-almas del film, carece de garantias y produce inesperados efectos colaterales. Una mafia rusa que trafica con almas de gentes desesperadas, una actriz de culebrones de San Petersburgo que aspira a que su rico marido le compre el alma de Al Pacino (en el catálogo también, las de George Clooney, Sean Penn y Robert Redford) y las ciudades de San Petersburgo y Nueva York, hacen el resto. Los resultados son muy estimables y Giamatti estrena finalmente la obra maestra de Chejov. Y es que no hay nada como el alma rusa.