«El mago de Oz», el montaje recién estrenado en el madrileño Teatro San Pol por la veterana compañía La Bicicleta, reúne todas las características que definen las obras de teatro infantil (o familiar) de este grupo: realismo, poesía, algún toque de modernidad, y fidelidad a la pieza original. Además: la creación de una atmósfera y una radical exigencia interpretativa. Hay, en definitiva, un absoluto respeto hacia el espectador.

Escribió «El mago de Oz» Lyman Frank Baum en 1900 (el libro lo acaba de reeditar Alfaguara), y se rodó en 1939 una película dirigida por Victor Fleming que con el paso del tiempo fue considerada como un film de culto y está viva en la memoria de los cinéfilos. Es la peripecia de una niña, Dorita (Dorothy en el original), a quien le van a arrebatar a su perro –Toto- por orden del juez tras las maniobras de una mujer indeseable. Dorita se escapa de casa, se topa con un ciclón cuando decide regresar, y vivirá una aventura risueña y amarga junto a un león cobarde que anhela ser valiente, un muñeco de hojalata que quiere tener corazón, y un estrambótico espantapájaros que desea poseer cerebro para hablar con inteligencia. Dorita le replicará: «Anda que no hay personas sin cerebro que no paran de hablar día y noche» (si se lee el periódico se entiende enseguida el razonamiento de la niña). En su camino hacia el Mago de Oz, envueltos en solidaridad y amistad (recuerdan aquí a «Los músicos de Bremen», otro sensacional espectáculo de La Bicicleta) encontrarán brujas llenas de maldad y algún hada generosa. Porque «El Mago de Oz» (al menos este) representa un colosal enfrentamiento entre el bien y el mal. Y un mensaje: quizás las cualidades que cada uno anhele las lleve dentro. Afirma El Mago: «¿Cómo se llega a triunfar? Con valor». «¿Cómo se llega a gobernar?: Con valor».

Hay números musicales de buen gusto y pegadizos y una interpretación, ya está dicho, de considerable nivel. Alex Jiménez roza el espantapájaros cheli y Víctor Benedé envuelve de nuevo a sus personajes en humanidad. Muy bien, como los demás. Natalia Jara, la directora, mueve todo sabiamente. Y Dorita exclamará al final: «¡Como en casa en ninguna parte!». Efectivamente, porque vivimos unos tiempos en los que son las brujas las que acuden a llamar a la puerta. La Bicicleta vuelve a entregar un espectáculo risueño.