Un personaje de “El bar prodigioso” exclama: “Me asusta el poder de las palabras”. La obra, según el programa, “es una comedia de personajes que habla sobre el poder del lenguaje”. Se trata de una función extraña, que bordea el absurdo, en la que las palabras van y vienen, con sentido o sin sentido, hermosas siempre, a veces como golpes entre los personajes.
“El bar prodigioso”, de Roberto Santiago, que se representa en el Teatro Quique San Francisco de Madrid, puede provocar, sí, un asombro prodigioso entre los espectadores, pero la obra, extraña, resulta más apreciada cuando transcurren varios días desde que se vio y se reflexiona ya sosegadamente sobre ella. Pero el teatro es síntesis, y en esta función se enuncian muchos asuntos, quizás demasiados, de la vida corriente, del día a día, o sea, de la vida tal y cómo es, asuntos que se quedan sin desarrollo y que gustaría ver resueltos con mayor profundidad, y no solo enunciados en medio del ir y venir de las palabras, del lenguaje.
“Hasta para las cosas raras somos normales”, afirma un personaje. Más: “Sophie y yo nos hemos enamorado, pero ella todavía no lo sabe”; o “los adjetivos provocan temblores”. Manu Hernández, Ana Lucas, Antonio Romero y María Zabala defienden con vigor sus personajes. Sophie (María Zabala) hace, al hablar, grupos de cuatro palabras, que desconciertan a los otros; y nunca emplea un adjetivo. Bernardo (Antonio Romero), que lo ha perdido todo, se desmaya cada vez que se enamora, y se enamora con frecuencia. “El bar prodigioso” es la obra de un autor, Roberto Santiago, que transmite aquí la impresión de que piensa mucho en las palabras. Y de que las ama profundamente.