El cine mexicano llena las primeras jornadas del Festival de Cine de Gijón

Jornadas de historias mexicanas en el Festival Internacional de Cine de Gijón. Dos películas en la competición muestran en Gijón todos los Méxicos que conviven y sobreviven en el país centroamericano. Una hispano-mexicana firmada por un grande del cine actual, Arturo Ripstein, y la otra por un debutante en el largometraje, Celso García. Una en blanco y negro, y otra en colores áridos. En una, la mugre y la sordidez van de la mano. En la otra, lo sencillo se adueña de la pantalla.

Ripstein llegó a Gijón para acompañar el estreno en España de su última película, «La calle de la amargura», una coproducción entre España y México que el viernes abrió el FICX. Una historia con profundas sombras sobre la muerte accidental de dos enanos luchadores a causa de una acción inconsciente de dos prostitutas añosas. Este guión lo firma Paz Alicia Garciadiego, su guionista, confidente y esposa. «Es el único no solicitado y llegó como un obsequio de los dioses del cine: San Luis Buñuel me lo envió”. La escritora leyó la noticia de los dos enanos en la prensa y se lanzó a la historia. Le salió «un guión un rato largo”. Después lo puso en manos de su marido, que se resistía a leerlo. Cuando lo hizo, por la paz familiar, se dio de bruces con «la excelencia”.

Rodada en blanco y negro, «La calle de la amargura» es, según su director, «muy parecida a Valle-Inclán, al que también Buñuel robaba…”. Ripstein no veía posible contar esta historia con colores. Ni ésta ni parece que ninguna otra porque, afirmó, que «ahora para mi es una condición”. Y otra característica de su cine, muy presente también en este título: el plano-secuencia. ¿Por qué es su buque insignia? «Hacer plano-secuencia es facilísimo y es una de las razones de por qué lo hago”. Así de sencillo porque, reflexiona, «la manera de contar el cuento es el cuento”.

Un día de 2008, Celso García recorría en coche el estado de San Luis Potosí cuando se cruzó con una cuadrilla que pintaba la medianera de la carretera. Comenzó a llover y todos los hombres se refugiaron en una furgoneta, tapándose con plásticos amarillos. «Me pareció hermosa la imagen y pensé que ahí tenía una buena historia que contar”. Siete años después, la historia tiene nombres, apellidos, pasados, presentes y futuro. La historia se llama «La delgada línea amarilla».

Es una road movie que pasa a un kilómetro por hora. Celso García prefiere catalogarla como walk movie. Pasa lenta, pero suceden muchas cosas entre los cinco hombres a los que el destino y un trabajo han unido. La delgada línea amarilla, por cierto, es una historia muy masculina, de hombres alejados del estereotipo de «macho mexicano, que bebe tequila y maltrata a las mujeres”, de trabajadores que buscan dignidad en sus trabajos, de varones perdidos en sus sentimientos. A Celso García le apetecía hablar de esos sentimientos en su ópera prima y lo hizo en la aridez del desierto, con altas temperaturas de día y mucho frío nocturno, contrastes climáticos que muestran también las diferentes temperaturas que puede alcanzan el alma humana en una misma jornada.