El dramaturgo Pablo Rosal (Barcelona 1983) tiene la facultad de otorgar a la vanguardia matices de lo cotidiano, de hacer creíbles personajes decididamente disparatados mediante la progresiva introducción del público en el universo surrealista en el que habitan esos personajes y, finalmente, de unir todas las piezas poéticas que ha ido esparciendo durante la función en un humorístico, suave y entrañable poema teatral con sensacional música de piano de fondo. En eso consiste “Castroponce”, el monólogo que él ha escrito, dirige y protagoniza sobre las tablas del Teatro del Barrio de Madrid. Como “Los que hablan”, otra obra del autor, “Castroponce” conecta con ciertos perfiles del teatro de vanguardia europeo de postguerra y con el escrito por los denominados autores ‘underground’ españoles de los 70, pero aquí existe una extraordinaria conexión invisible, pero que recorre el subsuelo de toda la función, con la tradición española del Siglo de Oro, con algunos de aquellos sublimes personajes rurales e ignorantes, como Sancho Panza, pero que en un momento dado dejaban caer reflexiones sabias y prodigiosas.

El programa indica que “Castroponce” es un alegato a favor de la creación por encima de cualquier discusión histórica. Se trata de una obra coral, aunque haya un solo actor, como “Los que hablan” también era coral, pese a que sobre el escenario únicamente estaban Malena Alterio y Luis Bermejo. Porque “Castroponce” trata sobre un simposio celebrado en ese municipio vallisoletano en 2015, en el que hablan de cultura, de teatro y de política, es decir, de la vida, desde una altura intelectual estratosférica, un panadero, un bodeguero (que en 40 años no ha cogido un solo día de vacaciones), una maestra y un actor aficionado, entre otros. El acto arranca con la enigmática frase de uno de ellos: “El teatro político no está unido y, por tanto, el teatro político desune”. A partir de ahí, cuando acceden al atril, hallarán las palabras más hermosas. Aunque no siempre fueron comprendidos. El viejo cabaretero narra lo que les dijo a un grupo de empresarios, en una ocasión, y de “rudos” sindicalistas, en otra, discursos sublimes, pero al final, en ambos casos, “todos rieron”.

El espectáculo, sí, es un poema teatral adornado de humor, con un texto sólido, magnífico, e interpretado, como decían los maestros de la vieja crítica teatral, por un excelente histrión. “Castroponce” se representará también en la sala Beckett, de Barcelona, dentro del denominado “Otoño Sanchís”, ciclo en homenaje a José Sanchís Sinisterra, que, por cierto, asistió y aplaudió en la función de “Castroponce” del pasado domingo 29 en el Teatro del Barrio. La incógnita radica en el motivo por el cual no se programan obras de Pablo Rosal en el Centro Dramático Nacional o en el Teatro Español, por ejemplo. Porque estos personajes de “Castroponce”, rurales y sabios, siempre entrañables, entroncados a la España vaciada, merecen una larga vida. Una vida compartida, como es el teatro. Dice uno de ellos: “No es que el teatro sea una actividad política, sino que en el teatro nace la política”. Pablo Rosal, decíamos.