A Margarita Xirgu nunca le gustó la mermelada de naranja y siempre admiró a María Guerrero, “la primera vez que vi a María Guerrero me dije: “Quiero ser como ella”. Blanca Oteyza realiza en el monólogo “Margarita Xirgu, una actriz entre dos continentes”, una interpretación sobria, exacta, brillante, contenida, permanentemente alejada de sobreactuaciones o exageraciones, entre luces tenues, nubladas, como si todo fuera un sueño de cada espectador en el que apareciera Margarita Xirgu. Y con una voz colosal, llena de matices, de tonos, que sube y baja, va y viene, atraviesa las diferentes edades de la vida, y marca cada momento con la modulación precisa para provocar una emoción sin sentimentalismos en la platea. Blanca Oteyza en plan Blanca Oteyza quizás hubiera dicho Francisco Umbral. Pero no: Blanca Oteyza en plan Margarita Xirgu.

Vivimos un extraño tiempo sin memoria, como constantemente instalado en un futuro distópico y estúpido. Por eso resulta impagable recuperar el recuerdo de la gran Margarita Xirgu. Federico vio en ella “la actriz que rompe la monotonía de las candilejas con aires renovadores y arroja puñados de fuego y jarros de agua fría en los públicos adormecidos sobre normas apolilladas”. Nos devuelve a Margarita Xirgu, decíamos, el autor y director del montaje, Javier Dimaría. Fabián Carboni pone la música. Y Blanca Oteyza aporta sus registros de actriz. Aquí, en un personaje sustancialmente alejado a la sanitaria frívola y hombriega, finalmente zarandada por la vida, de uno de sus últimos trabajos: “Cuidados intensivos”. En “Margarita Xirgu…” recita magistralmente un poema del “Romencero gitano”, en uno de los momentos de mayor desgarro de la función, y recobra el final de “La casa de Bernarda Alba”: “Silencio… Silencio…”.

Y Margarita Xirgu (Molins del Rey, 1888 – Montevideo, 1969). Que dijo: “Si fuera por mí viviría eternamente en un teatro”. El primer aplauso que recibió fue a los ocho años, cuando leyó en público una proclama durante una revuelta obrera, en la que su padre –que marcó la vida de la actriz- era uno de los líderes. Un obrero, tras ser detenido en ese conflicto, fue puesto en libertad pasadas las horas, y el hombre recibió ya en la calle el abrazo solidario de todos, pero sus brazos permanecían rígidos, caídos, no tocaban a nadie. Le habían arrancado las uñas de los diez dedos de las manos.

Todo ello lo va contando Margarita Xirgu/Blanca Oteyza en el Teatro Lara de Madrid, donde se ha estrenado la obra. Y el amor tórrido de la intérprete con el torero Joselito Gómez «El Gallo». “Yo no había sentido nunca un amor con tanta intensidad física”. El inicio de la guerra civil cogió a la actriz trabajando en América. Ella, roja, o rojaza, no regresó a España. Murió en Montevideo, tras una intervención quirúrgica. Desde muy niña padeció la fragilidad de uno de sus pulmones. A Margarita Xirgu nunca le gustó la mermelada de naranja.